La República Popular China, tres meses después del estallido viral de la Covid-19, está ya surtiendo la orgullosa Europa de los mínimos sanitarios para hacer frente a la pandemia: mascarillas, tests de diagnóstico rápido y batas por millones. Efectivos o no, el mensaje que se envía a las atribuladas democracias de esta parte infectada del globo es que el régimen de Pekín, con sus confinamientos masivos manu militari y sus gigantescos hospitales de campaña construidos en 10 días, ha vencido al coronavirus. También, con su dictadura policial digitalizada, que permite detectar al contagiado o el infractor de las medidas de seguridad sanitaria en cuestión de segundos mediante drones y otros sofisticados dispositivos. Junto a los kits anticoronavirus que la maltrecha industria europea ha sido incapaz de fabricar —deslocalizadas las antiguas fábricas durante la etapa de la renqueante globalización neoleoliberal, por mucho que el gallego Feijóo presuma de Inditex—, el míster Marshall chino, Xi Jinping, exporta ya sus sistemas de control y vigilancia de la población al corazón de la Europa de las libertades. 

Lo escribo mientras, en casa, como en muchas otras casas, tres generaciones de mujeres, abuela, hija y nieta, la primera, jubilada hace muchos años de las fábricas textiles que fulminó la globalización, cosen mascarillas para el hospital. Las horas extras de antaño con la overlock funcionando en los pisos de los barrios y en mil y un pequeños talleres auxiliares, esa jornada añadida trabajando como chinos hasta altas horas de la noche con la que la clase trabajadora industrial del siglo XX financió su dignidad y las carreras universitarias de sus hijos, ha vuelto. Lo hace ahora en forma de contribución solidaria, sin más interés que el de ayudar y aprovechar el tiempo de confinamiento para aportar esa modesta pieza que, aunque sea indirectamente, puede salvar vidas. Mascarillas: eso que el decrépito estado de bienestar español, cuarta economía de Europa y 15ª del mundo, y la incompetencia de sus gobernantes, ha sido incapaz de suministrar a la gente y a los profesionales sanitarios hasta que China ha vuelto a poner en marcha sus fábricas. Somos pura arqueología industrial, todo se paró, las persianas de las antiguas fábricas no volvieron a levantarse, pero el mundo —y sus virus— siguieron avanzando.

En España, a la creciente militarización de la crisis, escenificada hasta la extenuación en las ruedas de prensa del comité de seguimiento y en el despliegue de equipos militares de desinfección en aeropuertos, geriátricos o centros de menores tutelados se une la persecución policial, en muchas ocasiones implacable, de transeúntes que no respetan el confinamiento. La decisión final de Pedro Sánchez, a la desesperada, de imitar el confinamiento total propuesto por el president Quim Torra y el Govern de Catalunya, hacen temer lo peor por el lado de los derechos y libertades. En España, el histórico acumulado de vulneraciones de derechos es campo abonado para nuevos experimentos antidemocráticos ahora a cuenta del virus. El riesgo es que el cierre sanitario, desde luego obligado mientras no haya una mejor alternativa —una vacuna—, se convierta en un gigantesco ensayo de cierre de las libertades, de aplicación de una suerte de estado de excepción encubierto que vaya más allá de los límites impuestos por el estado de alarma y opere incluso cuando este sea revocado. En Catalunya, donde la “lucha” del llamado estado de derecho contra el procés independentista ha propiciado un clima de represión judicial y policial desconocido desde la dictadura franquista, sabemos de qué va esta película.

El riesgo es que el cierre sanitario, desde luego obligado mientras no haya una mejor alternativa —una vacuna—, se convierta en un gigantesco ensayo de cierre de las libertades

Desde luego, ese es el plan de Vox y de la extrema derecha mediática: aprovechar el coronavirus para aplicar un 155 definitivo a Catalunya y, en general, al régimen de libertades que (supuestamente) garantizan la Constitucion y las leyes españolas. Pero las innovaciones en esta materia, el control preventivo de los conflictos sociales que se derivarán de la imparable crisis económica, como alerta el sociólogo César Rendueles, me temo que no saldrán del laboratorio de la renovada derecha hispánica fascistoide encarnada por Abascal y sus camaradas. O de los que ya piden un gobierno de concentración de los "partidos serios", del PSOE, el PP y Cs, es decir, que un debilitado Sánchez eche del gobierno a Pablo Iglesias y los suyos, para afrontar el día después. Las innovaciones represivas más bien van a venir, y vuelvo al principio, de China, de la imitación del modelo chino de gestión y superación de catástrofes. De la adopción progresiva, seguramente, de su régimen policial digital. Por el momento, sepa que el estado español nos tiene geolocalizados desde este sábado a través del móvil, según ha anunciado el BOE. Nuestros movimientos serán registrados a fin de elaborar un informe que determine las vías de contagio. Cuidado, porque el coronavirus, además de infectar las redes y los cuerpos, puede arrasar con nuestros derechos y libertades más básicas.