España, es decir, la estructura de poder asociada a ese nombre, al final siempre ha representado un gran chantaje no solo económico o político, sino incluso cultural y emocional para una cierta Catalunya -no digo que lo sea o lo haya sido para todas-. Pensaba en ello estos días en los que se ha vuelto a hablar de golpe de estado en el Congreso, del fantasma de Tejero y el 23-F y de no sé cuántas cosas más, a cuenta del choque institucional entre la cúpula judicial y el PP -es decir, la parte togada del deep state y su punta de lanza parlamentaria- y el gobierno de Pedro Sánchez. Y, como siempre, en medio de la refriega, la pregunta: ¿de qué lado debe ponerse Catalunya cuando en España se masca la tragedia? Y más aún: ¿y si Catalunya tiene parte en ello, como sucede ahora mismo, por activa o por pasiva, lo quiera o no lo quiera?

El envite del Tribunal Constitucional contra el legislativo, el parlamento español, al que llegó a amenazar con la suspensión del pleno que finalmente aprobó la reforma exprés del Código Penal, y la supresión de la mayoría reforzada para renovar el propio TC, tiene pocos precedentes, se ha dicho, lo que no es del todo cierto. La intervención que en este caso no se llegó a consumar del tribunal de tribunales en el Congreso obedece al mismo impulso autoritario y la misma práctica invasiva utilizada a placer por el poder judicial durante el procés independentista. Hace años, muchos años, que el Tribunal Constitucional campa a sus anchas por el Parlament de Catalunya, institución que, como evidencia su noventa aniversario, que se ha celebrado esta misma semana, es bastante anterior a la Constitución misma y, por ende, al actual estado español. El mismo Tribunal Constitucional que el 2010 fulminó el Estatut debatido, negociado y aprobado por los parlamentos catalán y estatal, refrendó el pueblo catalán y sancionó el Rey, fue reforzado por el PP en el 2015 con atribuciones ejecutivas con la clara misión de actuar como tribunal de castigo del soberanismo catalán, de entrada, de la soberanía misma del Parlament de Catalunya. La experiencia catalana reciente demuestra que el Tribunal Constitucional hace mucho tiempo que dejó de ser el presunto tribunal “de todos” para convertirse en un tribunal de parte especializado en el autogolpe para defender a un estado que, en términos democráticos, a menudo se asusta a sí mismo. Un mecanismo que, ciertamente, suele activar la derecha pero que frecuentemente aprovecha la izquierda para no regalarle la bandera, como se vio en el caso del Estatut del 2006, o, más recientemente de la aplicación del 155 en el otoño catalán del 2017.

A Catalunya no se le permite jugar en igualdad de condiciones incluso apuntándose a la liga de esa querida España, la España soñada, la España libre ¿de sí misma?, que cantaba la mítica Cecilia a finales del franquismo

Pero todo eso ya lo sabíamos. La cuestión es con quién debe estar una cierta Catalunya cuando las Españas hielan el corazón, como se dolía el gran poeta Machado, riñen entre ellas a garrotazos o devoran a sus hijos, como en los cuadros del genio Francisco de Goya. Y ahí es donde opera ese chantaje histórico que lleva a los catalanes a apuntarse al equipo de la España del progreso, de la razón, de la justicia social, de la democracia. ¡Pues claro! ¿Dónde, si no? Pese a que esa España emerge una y otra vez como un bello sueño que rápidamente se desvanece, a Catalunya no le queda otra. Lo sabe y a eso juega ahora Pedro Sánchez con ERC y el independentismo como antes jugaron Zapatero o Felipe González con Maragall y Pujol. La elección es obvia, obligada.Y con ello, los catalanes quedan automáticamente colocados en la bancada de la anti-España que definen los reaccionarios, los que se erigen en propietarios de la España de siempre, la única que consideran posible y verdadera.

Ahora bien. El drama de fondo es que a Catalunya no se le permite jugar en igualdad de condiciones incluso apuntándose a la liga de esa querida España, la España soñada, la España libre ¿de sí misma? que cantaba la mítica Cecilia a finales del franquismo. Esa querida España de todos esos progresistas que callaron cuando los jueces de la España de siempre irrumpieron en el Parlament de Catalunya, impidieron debates y anularon resoluciones democráticas, y enviaron a sus líderes a la prisión o el exilio sin que les temblara el pulso. Esa querida España que todo lo que ofrece a Catalunya en esta hora es rebajar las penas impuestas injustamente -sedición, malversación- por los mismos tribunales dispuestos a silenciarla y condenarla a ella misma si hace falta. Esa querida España de las revoluciones todo lo más con gaseosa cuyo fracaso histórico la ha sometido a un complejo de culpa que le impide amnistiarse a si misma.