Yo no sé si Carles Puigdemont se saldrá con la suya —volver a ser un hombre libre, y conseguir que su pueblo, el catalán, también lo sea al máximo nivel que pueda llegar a serlo—, pero está claro que los héroes del futuro, no los de la retirada, deberán mucho a su ejemplo. A su coraje, sí, a su osadía, también, a su valentía, desde luego, y a ese jugar al límite de las posibilidades del que tantas veces depende que los cambios y las transformaciones, las ideas y los proyectos, devengan en realidades tangibles; pero también, y aunque nos cueste reconocerlo —y sobran los motivos— a su visión política: Europa, no Estremera. Y, desde luego, a una cierta baraka, a un algo de suerte divina, incluso de mucha suerte, pacientemente y tenazmente buscada y trabajada.

El jueves por la mañana, cuando parecía que todas las cartas de la investidura imposible habían quedado sobre la mesa en el pleno del Parlament —apoyo epistolar de Puigdemont al rescate de Jordi Sànchez como presidenciable aprovechando la vía abierta en la ONU; renuncia de Jordi Turull a la investidura y aceptación de Sànchez de la candidatura, por segunda vez—, el president exiliado, preso en Neumünster, en el land alemán de Schleswig-Holstein, parecía vivir el final de la escapada. En una prisión alemana a 3.000 quilómetros, pendiente de una "segura" extradición a España, Puigdemont era hombre casi políticamente muerto, también, para gran parte de los suyos —y no digamos, del independentismo—. Otra cosa es que la procesión fuera por dentro.

Pues bien, esa misma tarde del jueves 5 de abril, fue domingo de resurrección con cuatro días de retraso: Puigdemont se convirtió en un DiCaprio que volvía a ponerse en pie al denegar el tribunal alemán la entrega al juez Llarena por rebelión y ordenar su puesta en libertad vigilada. A la vez, emergían serias dudas sobre si el 130 president de la Generalitat será entregado a Madrid por la justicia alemana —nótese que, por fin, se vuelve a hablar de “justicia” con todas las letras en el pleito catalán— por el otro presunto delito consignado en la euroorden, el de malversación de fondos públicos. Lo que, de materializarse —tanto Rajoy como Montoro han negado que se haya destinado al referéndum o el procés un solo euro del FLA— podría dar la puntilla a la estrategia política, judicial y mediática del régimen del ¡A por ellos!

En una prisión alemana a 3.000 quilómetros, pendiente de una "segura" extradición a España, Puigdemont era hombre casi políticamente muerto, también, para gran parte de los suyos —y no digamos, del independentismo—

“La justicia europea da aire al golpismo”, titulaba el viernes el Abc en una portada antológica donde aparecía un Puigdemont sonriente con una bandera alemana tapándole media cara a la manera del pañuelo de un bandolero. Entre la franja negra y roja de la enseña de la RFA, y cual columna romana pero al revés, aparecían enumeradas las batallas perdidas más allá de los Pirineos, “nord enllà”, como decimos aquí: Alemania, que deja en libertad a Puigdemont; Bélgica, que hizo lo propio —¡el mismo día!— con los tres consellers allí exiliados;, Suiza, que presiona para que España le entregue a Falciani mientras se niega a hacer lo mismo con Marta Rovira. Al portadista se le olvidó Escocia, es decir, el Reino Unido, donde también ha quedado en libertad la consellera Ponsatí. Y, la memoria es frágil, al diario decano de la caverna mediática española se le olvidaron en el cajón unos cuantos países más en los que el president también pudo estar y viajar en libertad: Finlandia, Suecia y Dinamarca, además de la ya citada Suiza. ¡La cabeza del Sacro Imperio, Escandinavia, la Escocia referendada y la siempre acogedora Helvecia, conjuradas contra España! ¡Ni a Felipe II Ie crecieron tantos enemigos, es decir, tantos amigos de los catalanes! Ironías de la historia, el espíritu de Carlomagno, que como todo el mundo sabe tiene silla en la catedral de Girona desde hace 1.000 años, ha venido a socorrer al que fue alcalde la ciudad y es president exiliado de la Marca (Hispánica). Qué desastre, señor M. Rajoy, qué desastre.

Las ficciones de Llarena, esa burda alquimia que trata de transmutar la posverdad en pruebas incriminatorias, no han convencido al tribunal germánico, como no convencerían a cualquier estudiante de primero de Derecho mínimamente serio —no diré libre de prejuicios porque, como enseñan Gadamer y los hermenéuticos, es mentira quien diga que está libre de ellos—. No hace falta ser una mente privilegiada para entender que las consecuencias de la decisión alemana son devastadoras para la estrategia de judicialización, represión y criminalización del procés seguida por el Estado español. Los políticos catalanes encarcelados no deberían continuar en prisión ni un minuto más y el juez Llarena debería ser inmediatamente relevado del caso. Pero hay más, mucho más. La libertad de Catalunya —he ahí la gran intuición de Puigdemont— quizás no será mañana, pero vendrá del norte.

La Alemania de Merkel ha hecho trizas el guion de la  Moncloa y sus socios del 155. Incluida esa tercera vía catalana que, lejos de reconocer lo obvio, la mentira de Estado contra el procés, corre ahora, ahora que Europa ha hablado, a proponer ese diálogo al que Rajoy se sigue negando. La pregunta incómoda es dónde estaban los tercerviistas y asimilados el 1-O cuando la única razón que se puso en juego fue la de las porras. Es evidente que el grado de independencia judicial en Alemania es bastante superior al que se da en España. Pero también lo es que el gobierno federal ha decidido mantenerse “neutral” en el pleito, lo que —ahora lo hemos entendido— significa asumir al cien por cien lo que los jueces decidan. Con todas las consecuencias.

La Europa que tenía que dejar a la Catalunya independiente vagando por el espacio sideral es la que ha entreabierto la puerta a su plena libertad en un futuro, desde luego, aún incierto

A riesgo de simplificar en exceso, se podría decir que en los últimos 300 o 400 años, a Catalunya la vida le ha ido razonablemente bien pero la historia la ha tratado fatal. Eso explica que aquí se celebren derrotas como la de 1714. Eso explica que tan solo dos de los presidentes de la Generalitat del siglo XX y XXI no hayan sufrido procesos judiciales, cárcel, exilio e incluso muerte por sus ideas. La superación de ese esquema secular en parte impuesto, en parte asumido, puede estar ahora más cerca que nunca. La apuesta del tribunal alemán por la justicia justa y los derechos políticos e individuales del ciudadano europeo Puigdemont supone un claro empujón en esa dirección. Tras meses —y años— de silencio, la Europa que tenía que dejar a la Catalunya independiente vagando por el espacio sideral es la que ha entreabierto la puerta a su plena libertad en un futuro. Un futuro, desde luego, aún incierto; pero en el que los héroes ya no irán a ciegas por las carreteras y los aeropuertos.