Laporta heredó un Barça con más pasivos que activos. Un Barça inmerso en una enorme crisis deportiva, social y económica.

La última es ya bastante conocida y ampliamente admitida. Una plantilla inflacionada, la más onerosa de Europa, del mundo. Añadamos una política de fichajes desastrosos a golpe de talonario. Un Barça insostenible. Cierto es que fichajes millonarios y fallidos los ha hecho todo el mundo. El de Chigrinski por Guardiola es un caso como una casa. Y el del delantero Ferran Torres —falla más que una escopeta de feria— entra en este capítulo. Errores los han hecho todos, pasa que la colección de calamidades encadenadas de Bartomeu brilla con luz propia.

Una crisis social de un socio que pasa de venir al Camp Nou y que parece haber cogido vacaciones como las del Barça de Messi en la Champions. El cúmulo de eliminaciones vergonzosas no había pasado nunca.

Y una crisis deportiva, porque el Barça de Messi era un alma en pena en Europa. La política deportiva de la posesión de pelota —como si fuera un tótem religioso— ha sido un lastre cuando un año tras otro no se traducía en eficacia y todavía menos en definición delante de la portería rival. Aparte de proyectar una parsimonia exasperante. De juego brillante, nada.

Sorprende la nostalgia y la ocurrencia de querer repescar a Messi, más cerca de los 40 que de los 30; es este mirar atrás y no adelante lo que plantea dudas sobre el proyecto de Laporta

Arquímedes decía que a él le bastaba con una palanca para levantar el mundo. El Barça de Laporta ya ha invertido cuatro. Y que no tengan que ser más. Porque si el glorioso nuevo Barça es el que ha debutado con el Rayo en el Camp Nou, mejor que todos los culés se armen de paciencia.

La pelota siguió sin entrar a pesar de la presencia de un goleador nato como Lewandowski. Los culés se las prometían felices después de ganar cuatro partidos de pachanga haciendo las Américas. El modesto Rayo, un candidato a luchar por la permanencia, puso al Barça en su sitio.

La cuestión no es la política de ingresos de Jan Laporta, que viene a ser la misma que la de su aliado Florentino Pérez cuando aterrizó en el Bernabéu. Núñez también se encontró con un Barça diezmado económicamente y lo resolvió pidiendo pasta a los socios, que aflojaron la mosca y después le hicieron el favor de no exigir la devolución.

La cuestión primordial es si la política de gasto funciona y la pelota entra. Contra el Rayo no entró, aunque el Barça como bloque fue un calco de la fase final y decisiva de la pasada temporada. Posesión abusiva de pelota y juego pobre sin definición.

Laporta tiene pendiente demostrar que no es cierta la máxima de que segundas partes nunca fueron buenas, tal como hizo Florentino con este Madrid que ha rematado al Barça con un registro insólito de Champions consecutivas.

Y este es un dato hiriente. Hacen tanto daño las Champions del Madrid como los pinchazos del Barça de Messi en la Champions. Sólo hay que recordar que el mejor acto de campaña de Laporta fue la pancarta en Madrid anunciando las ganas de volver.

Pero no es este nuevo Barça de Lewandowski lo que más dudas genera. Hace falta tiempo para concretar un equipo. Lo que sorprende es la nostalgia y la ocurrencia de querer repescar a Messi, más cerca de los 40 que de los 30. Es este mirar atrás y no adelante lo que plantea dudas sobre el proyecto de Laporta. El mejor Messi ya es historia, por no insistir en el resultado deportivo de las últimas seis Champions de Messi, con mucha pena y ninguna gloria.