Game over. Se ha acabado el juego. Y el brócoli, como decía aquel político de Cambrils. Hoy, la CUP –el sanedrín de elegidas y elegidos que la gobiernan, un consejo de administración político o parapolítico como cualquier otro– hará saber si Mas o marzo (me temo que la decisión está tomada desde hace meses) y hasta aquí habremos llegado. CUP y final. Ahora sí. O tampoco. Y trata de arrancarlo, Sísifo, que lo mejor viene ahora y la subida es empinada.

Sea un sí o un no, en cualquiera de los dos casos, final de la incertidumbre y retorno a la normalidad, es decir, a la no-normalidad que libre y democráticamente se ha querido regalar la ciudadanía catalana desde hace ya algunos quinquenios. O nuevas elecciones de fragmentación, de nuevo sin ninguna mayoría con manos libres para gobernar, o una legislatura que difícilmente llegará a los 18 meses que se ha dado de vida sin haber acabado de nacer ni tenerlo garantizado.

La imprevisibilidad crónica, ahora resultante de la dependencia y fascinación extrema por minorías minoritarias a las cuales se otorga un poder ultradeterminante ante la ausencia manifiesta de coherencia entre el discurso y la acción política, del abismo creciente entre lo que se dice y lo que se hace, es el nuevo identificador de la diferencia catalana. Quizás es un imperativo de los tiempos. Últimamente, incluso se ha apuntado la España más inamovible: el todo (siempre) abierto y aquí figura que mandar no manda nadie o lo hace a ratos o con permisos de geometría variable. No pasa nada: Catalunya lo aguanta todo, “y lo que te rondaré Anna Gabriel, morena de Sallent”, que diría un castizo.

¿Que qué decidirá la cúpula cupaire? La realidad –ya conocen la divisa derridiana: lo imposible es lo que pasa– quizás nos desmentirá. Pero si tuviera que hacer una apuesta sí o sí, dudo mucho de que la CUP haya optado por enterrar la divina coherencia de la que hace gala en todo momento y circunstancia. La divina coherencia que informa sus (no)decisiones continuadas o sus decisiones a medias, siempre a medias, como lecho de Procusto al que ajustar el décalage entre lo que se manda y ordena y lo que la realidad obliga: el sentido de la proporción, de la medida y del respeto democrático al otro. A Mas y a los 1,7 millones que le dijeron sí en las urnas el 27S.

La coherente decisión final de la CUP no puede ser otra que no decidir, lo que quiere decir abstenerse y, en consecuencia, decir sí a marzo, que es no a Mas
La coherente decisión final de la setentena de miembros de la CUP convocados este domingo en consejo político ampliado no puede ser otra que no decidir, lo que quiere decir abstenerse y, en consecuencia, decir sí a marzo, que es –ya lo habrán adivinado– no a Mas. Esta no-decisión establecería una perfecta identidad con lo que decidió la asamblea de Sabadell: no decidir nada por la vía de (el imposible) empate 1.515-1.515, cortina de humo de un prefigurado no a Mas como una catedral.

A falta que se conozcan otras posibles alternativas, hay dos fórmulas sobre la mesa para plasmar el no en un hipotético debate de investidura (si es que se convoca): o 5 nos y 5 sís de los diputados cupaires, o bien 10 abstenciones. La CUP se alinearía así, de nuevo, con el resto de diputados del Parlament –todo el unionismo– para cerrar el paso a Mas. ¿Imposible? ¡Coherencia! La otra opción, el sí a Mas, se vehicularía en la Cámara con 2 sís y 8 abstenciones, lo que proporcionaría al candidato una investidura a la tercera y en tiempo de descuento sin que la CUP asuma ningún compromiso con la gobernabilidad ni con el programa de gestión y desconexión ofrecido y en parte impuesto a JxSí.

Si se impone la decisión no coherente (investidura), Mas se las tendría que arreglar con un sí secuestrado por el no en el día a día
Y si se impone la decisión no coherente en una organización asamblearia, (investidura), Mas se las tendría que arreglar con un sí secuestrado por el no en el día a día (el día a día de los presupuestos y de abrir las escuelas, los hospitales y las comisarías de los Mossos) y como titular de una presidencia múltiple. Un gobierno condenado a levantar estructuras de Estado de la nada para ir diluyéndolas acto seguido a base de sentencias del TC, cual rocas de Sísifo rodando montaña abajo, o a dar por despedido el luto del proceso hasta que los tiempos o la divina providencia, cupaire o colauista, sean más propicios a un nuevo e impensable (re)inicio.