El bienaventurado fantasma de la abstención empieza a cernir sobre los resultados de las elecciones municipales. En Catalunya no hay nada que se derrame con más rapidez que el canguelo, y los partidos processistas (conscientes de que exigir el voto al pueblo resulta una temeridad) ya han empezado a pedir que la peña concurra a las urnas aunque sea para dar una vuelta y contemplar a la vecina vestida de domingo. De aquí a finales de mes, los abstencionistas sufriremos un pressing tremebundo con clásicos como aquel de obligarnos a votar con el objetivo de erigir un muro contra la expansión planetaria del fascismo o, haciendo uso de un argumentario algo más rural, recordándonos que las municipales no van de ideologías (es decir, de independencia), sino de cuál es la persona que consideramos más adecuada a la hora de pavimentarnos las calles. Como siempre pasa, bajo el chantaje solo se esconde el cinismo.

En la CUP han tenido mucha más gracia y, superando la previsible turra del processisme, nos han venido a decir que vale la pena votarlos simplemente porque inventan vídeos el mar de bonitos. Ciertamente, los cupaires han inundado Twitter con un cortometraje ingenioso donde vemos la presentación del proyecto de un campo de golf por parte de un alcalde (con tufo sociovergente) ante la preocupación airada de sus ciudadanos. El spot tiene mucho temple y cumple parsimoniosamente la biblia progre: mientras el alcalde recita tópicamente las ventajas de la infraestructura, el pueblo (mayoritariamente las mujeres, pues la maldad es masculina) reivindica equipamientos como una biblioteca, mejor transporte y que el agua se utilice para algo de mayor utilidad que llenar agujeritos. Acosado por la bondad de la plebe, el alcalde se excusa achacando los problemas a la crisis, a los okupas, al crimen y a las feministas.

La CUP vuelve a necesitar a Convergència como el aire que respira y se agarra a la canción rancia de echar al alcalde corrupto sin ninguna otra astucia argumental, como si robarte los cuartos no hubiera sido igual de fraudulento que robarte las ilusiones de libertad.

En efecto, la CUP tiene mucha gracia pariendo peliculitas. Tengo que reconocer que a mí me gustaban más los vídeos de la furgoneta, propios de aquellos tiempos bonitos, en que los cupaires me ahorraron la presencia de Artur Mas y Anna Gabriel nos prometía mambo (antes de irse de Erasmus en Suiza sin que la persiguiera nadie). Pero después de aleccionarnos con el arte de hacer tortillas rompiendo huevos, los cupaires han formado parte del mismo magma processista que acató el 155 y el régimen posterior. La CUP vuelve a necesitar a Convergència como el aire que respira y se agarra a la canción rancia de echar al alcalde corrupto sin ninguna otra astucia argumental, como si robarte los cuartos no hubiera sido igual de fraudulento que robarte las ilusiones de libertad. En este sentido, los cupaires pueden regalar poca salmodia, pues por no tener, no pueden exhibir ni un solo mártir que haya pasado por la chirona.

A mí me parece fantástico que la CUP disimule con gracietas la vergüenza de haberse convertido en un partido sin ningún tipo de utilidad, y celebro todavía más que recupere el talento de un espléndido secundario oscarizable como es Joel Díaz (hay que aprovecharlo ahora que continúa desclasado, antes de que vuelva inexorablemente al calor de TV3). Pero después de tantos abrazos con Convergència, y después de haberse tragado la mandanga del Tsunami, y después de haber cantado tantas óperas en falsete durante los años de represión, hijitos míos, lecciones de corrupción, las justas. Al fin y al cabo, la CUP tendría que agradecer muchas cosas a sus padres y abuelos convergentes de pro, que la votaron para sacudirse las culpas de los años de bonanza, con tantas tardes en los campos de golf regalados por el alcalde. Sin ellos no estarían aquí; a la vida hace falta ser un poco más agradecido y curarse las penas con un poco más de modestia.

Queremos políticos. A poder ser, independentistas. Para hacer vídeos de hihis ya tenemos al censor jefe del Polonia. Haced penitencia y, ya de paso, regaladnos el privilegio de no votaros. A vosotros, tampoco. ¡Abstencionistas, levantaos!