Ha generado el ruido esperado que José Barrionuevo haya admitido que era una de las letras de los GAL. Exministro del Interior, el más longevo de la democracia, condenado e indultado por el secuestro de Segundo Marey, el hombre tiene 80 años y, aunque no lo cuenta todo, confirma quién era el señor X de aquella mítica pregunta de Iñaki Gabilondo. ¿Qué (diablos) es España? En parte, esto.

No es de extrañar que ahora se hable de ello. Al margen de una nostalgia de los noventa en series y documentales, atribuible a que quienes eran jóvenes ahora han llegado a lugares de responsabilidad, el paso del tiempo permite poner... iba a escribir "luz a la oscuridad". Va, luz a la oscuridad. El caso es que España vive en democracia desde 1978 y más de 40 años después parece llegado el momento de admitir cosas que, de ser admitidas cuando ocurrían, hubieran puesto contra las cuerdas al sistema. Dos preguntas son pertinentes: ¿qué cantidad de transparencia puede soportar una democracia? Y, ¿cuándo se puede empezar a hablar de las cosas sin que baje la Virgen?

Si desde el Ministerio del Interior, desde el corazón del Estado, se crean unas cloacas y a nadie le sabe mal que existan, porque se consideran útiles, las cloacas se perpetúan

Pero el problema en este caso no es éste. El problema no es hablar de ello. Hablar, contar la verdad, está bien. El problema no es admitirlo. El problema es que Barrionuevo no se arrepiente de cómo se actuó. A nadie le sabe mal. Éste es el problema. Porque una democracia no se construye así. Si una democracia vulnera el estado de derecho frente a quien lo vulnera, se convierte en otra cosa. Y tenemos países perfectamente descriptibles donde ha pasado esto. Y, si ocurre, el sistema debe arrepentirse. Porque, si no, puede acabar teniendo consecuencias. Si desde el Ministerio del Interior, desde el corazón del Estado, se crean unas cloacas y a nadie le sabe mal que existan, porque se consideran útiles, las cloacas se perpetúan. El Estado, los fondos reservados, pagaron la llamada guerra sucia contra ETA. Y esas mismas cloacas, ese es el problema, oh sorpresa, se aplicaron después contra, pongamos por caso, Podemos, un partido que cuestionaba el sistema. Y utilizaron la misma plantilla con Catalunya. Se crea una cultura de Estado. Un mito que dice que el Estado, la unidad del Estado, el sistema, se defiende con todas las herramientas disponibles. Legales e ilegales. Lo admitió su portavoz más popular: el excomisario José Manuel Villarejo.

Es la cultura de Estado que hace que se encontrara normal pagar con el dinero de todo el mundo las casitas donde iba el rey de España con sus amantes. El gran símbolo del régimen del 78 es éste. Ahora lo vamos sabiendo todo. Es una lástima que debamos esperar siempre 40 años a que nos digan la verdad. Es la cultura de Estado que hace que Rodrigo Sorogoyen se plantee si España (y si Catalunya) están preparadas para una serie sobre los piolines de 2017. Quizá sea un fenómeno mundial. Cuando The Crown hablaba del pasado, era una maravilla. Cuando se acerca a la actualidad, aumenta la presión de la crítica. Pero, sea como sea, es la misma cultura que hace que el sistema no pueda admitir en el presente que se espió de forma indiscriminada a los políticos independentistas, que se abusó de la fuerza de Estado, incluidos sus tribunales, contra un proyecto pacífico y democrático. Lo acabarán admitiendo dentro de 40 años. Pero, como Barrionuevo, no se arrepentirán. Y ese es el problema. Que no sabemos cuándo será la próxima ni contra quién será.