Con las disculpas previas por el oxímoron, me atrevería a decir que la desconfianza es la única cosa confiable que tenemos. Cuando el presidente Puigdemont planteó las bases de la negociación para la investidura, dejó claras dos cosas: que la desconfianza con los interlocutores era absoluta, no en balde venimos de una larga experiencia de mentiras y promesas fallidas; y que cualquier acuerdo tenía que pagarse por adelantado, en aquello que él denominó "hechos comprobables". De hecho, así estuvo a punto de naufragar el acuerdo de la Mesa del Congreso, cuando Waterloo tenía el documento de salida del ministerio de exteriores con la petición del catalán en Europa, pero no tenía el documento de entrada en el Consejo de la UE. Es decir, no se podía comprobar que la voluntad del PSOE fuera creíble, si no estaba el sello que la soportara. Y así, gracias a la determinación de Puigdemont de mantenerse firme en la desconfianza con Sánchez, el ministro Albares extremó su diligencia, hasta aquel momento bastante perezosa.

Es probable que ahora nos encontremos en una situación parecida. El día 19 se debe aprobar la oficialidad del catalán, vasco y gallego en la reunión del Consejo, y han empezado a surgir las adversativas de rigor. Muy bien lo de la pluralidad lingüística, es muy bonito, dicen, pero..., y entonces va Suecia y no lo ve claro, Francia se pone nerviosa, Finlandia se lo repiensa..., y todos los medios de la España ultra, convertidos en aguerridos salvadores de la patria, se han apresurado a decir que el catalán naufragará en Europa porque los estados no lo quieren. Por cierto, la histeria de esta España oscura y retrógrada, inmune a cualquier gesto de avance, instalada en la defensa numantina de un Estado colonial y agresivo, se ha disparado a los niveles del Primero de Octubre. Y, como en aquel momento, han resurgido las momias de Felipe y Guerra, blandiendo la bandera del NO. En la cuestión de Catalunya, estos viejos mamuts del socialismo no difieren ni un milímetro de las cavernas aznarianas.

El catalán, según el relato del españolismo, no se aprobará, y no será por culpa de España, sino de Europa

El catalán, pues, según el relato del españolismo, no se aprobará, y no será por culpa de España, sino de Europa, y lo dicen con salivación pavloviana, convencidos de que eso bendice su secular intransigencia lingüística, lo cual no es cierto y, sobre todo, no podemos dar por cierto en ningún caso. Sería letal confiar en el hecho de que el Gobierno lo ha intentado todo y, si fracasa, no ha tenido ninguna culpa del fracaso. Muy al contrario, como ayer mismo exigía Puigdemont, es el Gobierno quien tiene que esforzarse al máximo nivel para conseguir aprobar el acuerdo y, si fracasara, sería culpa suya. ¿O nos creen tan ingenuos? ¿Alguien puede imaginar que, con Sánchez a la presidencia de la Unión y con toda la fuerza del Estado —cuyos recursos del cual han utilizado sin miramientos para impedir cualquier simpatía o aproximación a la causa catalana en Europa—, con ese poder del Estado, pues, no se superaran las pequeñas trabas y se tumbara la petición del catalán? Cuando España quiere, presiona, ofrece oportunidades, intercambia favores, hace todo aquello que tiene que hacer para defender sus intereses. Y aquí tiene que ser igual. Que no nos vengan con cuentos chinos al estilo del ministro Albares diciendo que, como prueba de buena voluntad, se ofrece a pagar el coste de la oficialidad, como si eso no fuera una exigencia previa de la misma UE con cada idioma oficial.

En todo caso, puede haber trabas, dificultades, dudas, pero todo es superable, si España se pone de verdad y juega todas sus cartas. Al fin y al cabo, Pedro Sánchez no puede permitirse fracasar en la aprobación del catalán, si quiere mantener opciones para la investidura. Y si fracasa, será responsabilidad suya, culpa suya, y no culpa de Suecia...

Añado un último elemento, que introducía José Antich en su artículo. Quizás, para simplificar y facilitar la rapidez, se podría empezar primero con la oficialidad del catalán, dado que ya es el idioma de un Estado y que no se trata de un idioma minoritario, aunque esté minorizado. No olvidemos que se habla más catalán que sueco o finés en el mundo, para poner dos ejemplos pertinentes. Pero, más allá de esta apreciación, la aprobación de la oficialidad del catalán dependerá de la implicación de España y será un termómetro para saber si Sánchez ha entendido las reglas de juego, o todavía cree que puede burlarlas. En todo caso, si fracasa el catalán, ay, Pedrito, ay la investidura...