El independentismo ha perdido más de 400.000 votos desde las últimas municipales. Eso, que de entrada tendría que ser una mala noticia para todos los que aspiramos a ver una Catalunya desvinculada de España antes de morirnos, abre un resquicio a la esperanza. No es ninguna paradoja. Solo a los que viven de los partidos se lo parecerá: la gente independentista está, pero una parte ha entendido que la mejor manera de estar es no apoyar a los partidos independentistas. Llenar la abstención de contenido político chirría porque un voto es una apuesta clara por un proyecto y una abstención puede ser cualquier otra cosa. Pero no hace falta consultar ninguna bola de cristal para decir que parte de la abstención se explica por la desafección de los todavía independentistas hacia su clase política, que se ha sentido cómoda jugando la partida del PSC y ha despojado la campaña del conflicto nacional. Los partidos independentistas se han asegurado de pronunciar la palabra "independencia" nada más que para recordarnos que ellos son los que llevan la barretina —y no demasiadas veces más, para no tener que comprometerse—. Los que entendemos que el conflicto nacional lo impregna y deforma todo no hemos encontrado una campaña tramada para pescarnos.

Las municipales son importantes porque es la primera vez que no ha sido suficiente con pronunciar la palabra "independencia" sin comprometerse

Las municipales de este domingo son importantes porque es la primera vez que con eso no ha sido suficiente. Un perfil de votante ha preferido el riesgo de regalar su voto al PSC en vez de votar a los que supuestamente son "los suyos". Repantingados en el sofá, les han dejado la estrategia de ensanchar la base de ERC, que durante años ha comprado el marco de Ciudadanos con la ilusión de arrebatar la hegemonía que un día tenían los convergentes y que, finalmente, solo ha sembrado el campo para que el PSC plantara sus zanahorias. También les han dejado la estrategia pervertidora del lenguaje de Junts que, vistiendo su discurso de una radicalidad pérfida, han conseguido que nadie los crea. Mientras tanto, la CUP, en silencio.

Al final, los convergentes siempre salvan los muebles, y si parece que no los salvan, es que todavía no es el final

Junts —o una parte de Junts— se ha dedicado a alinear sus voces en torno a un discurso contra ERC en el que es ERC en solitario, desde el Govern, quien pone punto y final al procés. Por lo tanto, Junts no es culpable ni de la frustración ni de la decadencia política del movimiento independentista. Pero los convergentes siempre son un poco más espabilados. Lo que de entrada parecía una confusión interna de maneras de hacer les ha acabado jugando a favor. Con una mano han aprovechado la estrategia de pacificación de ERC y el PSC para colocar a Xavier Trias —un hombre que vive tranquilo sabiendo que no verá la independencia— en el Ayuntamiento de Barcelona. Con la otra pueden acusar a los republicanos del porrazo independentista porque, además, en el caso de los de Junqueras también es un porrazo electoral. En Junts se sienten ganadores dentro del independentismo y es desde aquí que pretenden volver a capitalizar la estrategia del movimiento de la manera que más les gusta: haciendo listas unitarias. Al final, los convergentes siempre salvan los muebles —y si parece que no los salvan, es que todavía no es el final.

El cambio profundo llegará cuando la autocrítica se la haya hecho el votante independentista. Así, cuando vuelvan los cuentos chinos, no quedará nadie para escucharlos

Unos y otros, sin embargo, han conseguido anclar en el inconsciente del país la idea de que la independencia es imposible, que ya no vale la pena jugarse nada. Es una idea que trabaja con el sobrentendido de que el año 2017 hicieron todo lo que estaba en sus manos y no tuvieron éxito. Les es cómoda. Les ahorra el aprieto de asumir que traicionaron la confianza de parte de sus electores para seguir presentándose como partidos independentistas y porque en seis años les ha bastado con decir que quieren la independencia —sin hacerla— para no pagar electoralmente el desengaño suscitado por su fracaso. Ahora se ven la granizada encima y volverán a mover las piezas —cada uno las suyas—​ para volver a poner la independencia en el centro del debate y que parezca una opción verosímil y capaz de movilizar a los electores, o bien acabar de diluirse en la Catalunya pacificada, intentando jugar los debates desnacionalizados mejor que los españoles. A los partidos se les ha pedido autocrítica pero el cambio profundo llegará cuando la autocrítica se la haya hecho el votante independentista. Así, cuando vuelvan los cuentos chinos, no quedará nadie para escucharlos.