"Rezar no quiere decir implorar favores a Dios, sino que significa permanecer abiertos a su gracia. Rezar significa confiar en Dios, saber o pensar que estamos en buenas manos". El pasado domingo publicaba en esta misma casa una entrevista a Pere Lluís Font, Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, en la que me explicaba esto. El cardenal Robert Sarah, seguramente al otro lado del péndulo eclesial de Pere Lluís Font, también explica que "la oración no es decir muchas cosas a Dios. Es guardar silencio para escuchar al Espíritu Santo que reza en nosotros. Es mirar a Dios y dejarse mirar por Dios". De un carisma al otro, ambas son descripciones que, a ojos de quien no reza o no ha rezado nunca, se hacen difíciles de comprender. Permanecer abiertos a su gracia o guardar silencio para escuchar al Espíritu Santo son muestras de cómo, atendiendo a nuestra inclinación hacia lo sobrenatural, los creyentes hemos procurado buscar palabras para coser el espacio entre lo inexplicable y lo que sí podemos explicarnos. Son muestras del esfuerzo por concretar con palabras lo que, por naturaleza, al humano siempre se le hará en cierto modo imposible de concretar. Son esfuerzos por alcanzar un inalcanzable con la intención de que pueda, por la vía de la palabra, llegar a tanta gente como sea posible.

Que rezar es una predisposición del corazón quizá sea mi manera preferida de concretarlo, de hacer este esfuerzo por circunscribir el espacio que uno construye para compartir su vida con Dios de una manera consciente. Rezar es una pose. Evidentemente, queda lejos de implorar nada y convertirlo todo en una súplica autocentrada. Es una conversación interior con el otro, al igual que se tiene una conversación interior casi inconsciente con el enamorado, pero situando a Dios como interlocutor de todas las cosas. Para verlo en todo, para ver el reflejo de uno mismo en todo lo que se hace, para tenerlo presente, para buscarlo y para procurar, siempre y en cualquier momento, convertirnos en lo que Dios nos ofrece ser si correspondemos a su amor. Es un frontón del perfeccionamiento devolviendo siempre la pelota a quien es la perfección. Juan Manuel de Prada —se me disculpe la referencia española— publicaba este domingo en el ABC —disculpas de nuevo— un texto que decía así: “pero quizá Dios, más que en las elucubraciones de los filósofos, debemos buscarlo en las pequeñas revelaciones que la vida nos presenta. También en nuestro indeclinable anhelo de bien, verdad y belleza (...) ¿Cómo explicar la conciencia, la libertad, la voluntad, la creación artística, la reflexión moral? Pretenderlas explicar como interacciones neuronales o químicas en el cerebro resulta inverosímil”.

La plegaria es un espacio de conciencia, y de libertad, y de voluntad, y de creación artística, y de reflexión moral que permanece abierto en todo momento. Por eso cuesta tanto de explicar. Y por eso lo más fácil, cuando alguien pregunta "¿cómo se reza?", es responderle que ya lo está haciendo. Que reflexionar en torno a la propia espiritualidad, y en torno a este anhelo de bien, verdad, y belleza, es abrir este espacio entre nosotros y la vida que nos permite vivirla desde la conciencia de la existencia de Dios. Hay plegarias tradicionales, y repetitivas, e históricas, y apostólicas. Y hay que emergen del simple hecho de haber llevado a cabo el acto más cotidiano de todos tratando de estar en presencia de Dios. Todas pueden ser útiles porque todas emergen de la necesidad de acercarse a lo divino desde el reconocimiento de una incapacidad: la de ser humanos. Escribía G.K. Chesterton "tú haces acción de gracias antes de las comidas. Muy bien. Pero yo hago acción de gracias antes de un concierto y de la ópera, y hago acción de gracias antes de una obra de teatro, y hago acción de gracias antes de abrir un libro, y antes de dibujar, de pintar, de nadar, de hacer esgrima, de hacer boxeo, de caminar, de jugar, de bailar, y hago acción de gracias antes de sumergir el bolígrafo en la tinta".

"¿Cómo se reza?" es, posiblemente, una de las preguntas más difíciles de responder por alguien que tiene la plegaria incorporada en su vida

"¿Cómo se reza?" es, posiblemente, una de las preguntas más difíciles de responder por alguien que tiene la plegaria incorporada en su vida. Básicamente, porque se reza con la vida. Y porque cuesta mucho explicar que hay una manera de operar capaz de religar espiritualidad y cotidianidad en una unión prácticamente inseparable. Cuesta mucho de explicar, porque pide descodificar un sistema adquirido a base de años, y de mucha cotidianidad, y de una vida interior que, sin teorizar y sin dejar constancia escrita de ella cada día, ha ido cambiando a medida que uno ha ido cambiando. O ha hecho que uno cambiara, ha sido motor de un cambio que ha dado fruto porque el motor ha obrado de forma ininterrumpida. Es una forma de funcionar inconsciente que hace consciente de la existencia de Dios. Que permite permanecer atento al susurro divino en todas aquellas cosas que, de entrada, no pueden parecer más lejos de lo sobrenatural. Es una atención en los detalles interiorizada a voluntad y ahora, ya, ejecutada más o menos automáticamente. Se reza rezando. Se reza creyendo —o sospechando— que al otro lado hay alguien que nos escucha y que cada día, si las sabemos leer, ofrece respuestas a todas las incógnitas que nos hacen humanos.