El móvil del president Carles Puigdemont se hizo muy famoso la mañana del día 1 de octubre del 2017. Sabiendo que lo seguían, aprovechó que estaba bajo un puente para dejar el aparato en un coche que fue en una dirección y él se fue en otro coche hacia la contraria. Y así fue como despistó a la Guardia Civil.

Imaginemos que una empresa quisiera saber qué hacemos usted y yo a lo largo del día. Hasta no hace mucho el método era hacernos una encuesta y preguntárnoslo. Pero había un riesgo: que usted y yo no dijéramos toda la verdad. Y no necesariamente porque lo hiciéramos voluntariamente sino porque la memoria tiende a potenciar unas cosas y a olvidar otras que quizás tampoco nos interesa que se sepan demasiado.

Ahora este riesgo de error es cero porque para saber lo que usted y yo hacemos minuto a minuto basta con seguir a dónde va nuestro móvil. Porque donde va el móvil, allí estamos nosotros. El ejemplo del president es bastante esclarecedor.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) está haciendo esta semana un seguimiento de los movimientos de nuestros móviles. ¿Cómo? Ha comprado a las principales empresas de telefonía nuestra geolocalización. Desde el lunes y hasta este jueves. Para que nuestros teléfonos puedan recibir mensajes, entren en Twitter o en Facebook o les sea posible enviar correos, tienen que estar permanentemente conectados a alguna antena. Y si nos movemos, el teléfono va buscando antenas a las cuales conectarse. Eso hace que sabiendo las antenas por las que hemos pasado, sea posible saber cuáles han sido nuestros movimientos y situarnos en un mapa. Y el INE quiere saber los recorridos habituales de millones de españoles, según dice, para saber qué rutas son las más habituales. Y de esta manera, "saber dónde hay que reforzar los servicios y las infraestructuras". Monitorizarán de doce de la noche a seis de la mañana para saber dónde dormimos y de nueve de la mañana a seis de la tarde para saber dónde vamos. ¡Ojo!, pero afirman que todo será de forma totalmente anónima. Es decir, conocerán los movimientos de los teléfonos, pero no de quién son los teléfonos.

Esta será la primera parte del estudio, que continuará con rastreos entre el 20 de julio y el 15 de agosto (para saber dónde vamos de vacaciones y cuándo), el día de Navidad (para saber dónde se reúnen las familias) y el próximo domingo. Por vender nuestros datos, Telefónica cobrará 163.615,86€, Vodafone 185 mil y Orange 150 mil.

Y ahora usted quizás me pregunta: "Escuche, señor juntaletras, ¿no será uno de estos paranoicos que ven oscuros intereses por todas partes y se sienten perseguidos, verdad?". Pues no, pero estar obsesionado con el hecho de que te persiguen no quiere decir que no te persigan. Es evidente que nos pasamos el día dejando pistas de lo que hacemos. Con el teléfono, pagando con la tarjeta de débito, con los movimientos bancarios, con nuestras consultas en Google, con la gente con la que intercambiamos mensajes por Whatsapp, etc. Y evitar eso es del todo imposible.

Y ahora usted me dirá: "Escuche, pero si no haces nada malo, no tienes que tener miedo de nada". Bueno, pero es que, si me lo permite, este no es el debate. El tema es que a nadie le tiene que interesar lo que yo hago, ni dónde estoy, ni con quién, ni cuándo. Y todo es anónimo hasta que deja de serlo. Y yo no tendría que estar todo el día preocupándome de que mis datos no sean comercializados, sino que tendría que ser yo quien autorizara a que mis datos fueran usados.

Efectivamente, en este mundo es imposible el anonimato absoluto, pero eso no quiere decir que, para evitar darles el máximo de información sobre mí, haya decidido que a partir de ahora me divertiré pasándome el día poniendo el teléfono en modo avión mientras voy de wifi en wifi para evitar rastreos. Quizás no servirá de nada, pero de esta manera evitaré estar más minutos de los necesarios consultando el teléfono y tendré tiempo para otras cosas.