El mundo observa la Cuaresma con congoja. Quien conoce su significado lo asocia a la oscuridad, al sacrificio y al estigma de que los católicos tienen una especie de fetichismo con la penitencia. Me hizo pensar en ello un tuit de Pau Llonch que decía: "¿Curas? Ojalá fuéramos un país de curas católicos. Los católicos se confiesan, se perdonan y celebran fiestas. Somos una malformación protestantista que supura puritanismo y castigo moralista. Éramos la capital mundial del comunismo libertario y ahora somos esta excreción maloliente". Dejando de lado la parte del comunismo libertario —y de tener que darle la razón a Pau Llonch, que ya es fuerte— el hecho es que si somos la gente de la fiesta y del perdón, pero la Cuaresma es oscura y gris, no la hemos explicado bien. O no la hemos explicado del todo. Incluso quien tiene cierto bagaje católico puede caer en la tentación de contemplarla como un impás antes de la Pascua de Resurrección. Como la materialización espiritual del espacio que el sol va ganando a la noche en esta época del año. Una condición luminiscente como la de la canción de Mishima: "Antes de que salga el sol, antes tendrá que anochecer". Pero no es exactamente así.

La Cuaresma es el tramo del curso en el que se te hace más evidente que no puedes solo. Es el termómetro del alma, y la temperatura que marca siempre es la verdad de tu estado

Sin tener que buscarlo mucho, la Cuaresma ofrece un caminito de luciérnagas que guía. Son cuarenta días plantados justo en medio del calendario. Son días de ir cansado, pero no solo físicamente. Los pesos invisibles que cargamos en silencio pesan aún más una vez que la Navidad está pasada y digerida. Si tienes algo de inquietud espiritual, la Cuaresma es el tramo del curso en el que se te hace más evidente que no puedes solo, en el que admites que las huidas hacia adelante para no atacar de cuajo lo que te preocupa solo son otra expresión de vanidad. "Las heridas ya las cerrará el tiempo", piensas, y te resistes a mirarlas más. Cuando el mecanismo es este —a menudo es el más cómodo— te acabas encontrando en un estado emocional, psicológico y espiritual apático. Nada acaba de valer nada y ya no te queda espacio en el pecho para experimentar una alegría verdaderamente saciante. Nada es verdaderamente satisfactorio. La Cuaresma es el termómetro del alma, y la temperatura que marca siempre es la verdad de tu estado. Con la información en la mano, solo tienes que seguir a las luciérnagas.

Cuaresma es la mano de tu Padre parando el columpio y dándote la oportunidad de ver la realidad del mundo y la tuya con una clarividencia renovada, aunque de entrada estés algo mareado

No hay que ser creyente para darse cuenta de que nuestro tiempo transcurre a una velocidad que la cabeza no puede asimilar del todo. Me hace pensar en los columpios que hay en los parques, los que giran sobre sí mismos como una lavadora. Cuando el columpio rueda, la realidad se vuelve borrosa. La Cuaresma es la mano de tu Padre parando el columpio y dándote la oportunidad de ver la realidad del mundo y la tuya con una clarividencia renovada, aunque de entrada estés algo poco mareado. Parte de la congoja con la que muchos contemplan la Cuaresma parte, me parece, de todo lo que comporta desacelerar y hacer examen. El silencio es el mejor compañero de la conciencia, pero en la conciencia de una buena plegaria siempre se encuentran culpas. Hoy, sin embargo, la culpa es la apestada de la fiesta, y por eso la Cuaresma se ve gris en el escaparate de nuestra cabeza. Pero estos cuarenta días no están todos hechos de culpa. Al contrario. Si tú quieres, las luciérnagas transforman la culpa en gracia. Si tú quieres, las heridas del daño que te haces y que has hecho pueden cerrarse. Dios te da cuarenta días para encontrar la valentía de mirarlas y hacer las paces con ellas. Estas son las "curas" que de verdad anhela el alma para volver a sentir que todo es saciante. Requieren un poco de lucha, eso sí. Y un poco de fe.

Por cada día de silencio y de brega, Dios pone distancia entre nosotros y nuestras taras. La luz de la Cuaresma es que resolver la culpa siempre ofrece una sensación ligera de desprendimiento

No hay que haber tenido muchos novietes para saber que el amor se demuestra cuando las cosas van mal. Precisamente porque es más fácil enfadarse y rebotarse cuando uno está flojito y cansado, es cuando uno está flojito y cansado que es más importante no hacerlo. El amor es de verdad cuando cuesta, pero quiere permanecer. Sí, más allá del sentimentalismo y la ridiculez, es algo de cabeza más que de corazón. Blanditos de alma e incluso blanditos de fe, todo lo que tenemos que hacer es poner la confianza que nos queda en sus manos. Por cada día de silencio y de brega, Dios pone distancia entre nosotros y nuestras taras. La luz de la Cuaresma es que resolver la culpa siempre ofrece una sensación ligera de desprendimiento. A más desprendimiento, más habilidad para desenmarañar los males. Ello no sucede de repente por Semana Santa, como aparecido de la nada. Es progresivo. Como cualquier cambio profundo, funciona a trocitos, como un sendero de luciérnagas. Quizás la Cuaresma parezca un periodo litúrgico triste y unas semanas por las que pasar de puntillas mirándolas de reojo. Quizás no parece muy importante, pero "las cosas importantes son las que no lo parecen", como decía Mercè Rodoreda. Siempre hay una parte de nosotros sedienta de la paz que se instala después de un buen perdón y, después, hay que hacer una buena fiesta.