La mera posibilidad de que se retire el lawfare contra el president Puigdemont permitiendo que pueda regresar a la Catalunya Sur en no mucho tiempo, ha alborotado tanto el gallinero catalán como el español, llevándoles a un crescendo demencial con la aparición del documento Junts-PSOE del día 9 de noviembre. Tanto el filofascismo togado como los "CDR" de Esperanza Aguirre están que trinan, como es propio de los nostálgicos del franquismo sociológico que va mucho más allá de VOX y PP, permitiendo que captemos el inalcanzable horizonte político al que puede dar pie el momento. Pero como no podía ser de otra manera, y para no perder nuestras costumbres, también una parte del independentismo se une al guirigay mediático tildando de "traición" y "rendición" todo lo que no sea un bloqueo (sic) de la política española, como si fuera factible llevar eso a cabo con 14 (catorce) diputados enfrentados con la calle bastante desmovilizada...

A propósito del posible retorno de Puigdemont, y a medida que pasan los días, no puedo evitar sacarme de la cabeza lo que contaba mi abuelo —Josep Trueta— sobre el retorno de Macià para ver los paralelismos con el esperado retorno de Puigdemont. Eso sí, en momentos políticamente muy dispares. Trueta, al anunciarse el retorno de Macià en la primavera de 1931, recibió la petición de dos Joseps —Tarradellas y el amigo Sunyol— de llevarlos hasta el empalme —así lo llamaban— de la estación de Maçanet-Massanes con la idea de acompañar a Macià a Barcelona en el coche que tenía. Pero al llegar, los tres se vieron sorprendidos por una multitud de otros conductores que habían tenido la misma idea. Curiosamente, quien había caldeado el ambiente para el retorno de Macià era el propio Sunyol, que, a través de su popularísimo diario La Rambla, explicaba con todo lujo de detalles su épica historia, con el levantamiento de Prats de Molló y el juicio de París (1926). Sin embargo, Trueta siempre insistía en que —a pesar de la aparente aureola romántica de Macià— mucha gente lo consideraba un chiflado, sobre todo los de la cúpula del partido Acció Catalana, con quienes simpatizaban Trueta y el propio Sunyol. Su partido, sobrado, se veía ganador de las inminentes elecciones y desestimó la concurrencia electoral con Macià que, casi por carambola, fue a parar a la candidatura de Esquerra. Y, efectivamente, hay que decir que pocos daban un duro por las posibilidades políticas del excéntrico exmilitar español Francesc Macià. Así les fue a los de Acció Catalana...

Resulta imposible no ver paralelismos con el posible retorno del president Puigdemont en un futuro no demasiado lejano. Esperemos que así sea. Si todo va bien, los dos habrían pasado unos seis años de exilio. Más allá de cierta incapacidad por liderar un proyecto de partido con éxito —no todo son elogios— a ambos les caracteriza un considerable carisma. Y creo que es aquí donde, al igual que en 1931, volverá a equivocarse la parte del catalanismo —ahora claramente independentista— que desprecia el potencial a la vez simbólico y político de Puigdemont, que, por otra parte, no descubriremos ahora. Creo que muchos de los que se empeñan al tildarlo de "traidor" por el acuerdo del jueves 9 de noviembre con el PSOE, pueden pecar de falta de perspectiva histórica, como lo habían hecho los críticos de Macià en 1931. Quien ha mantenido una dignidad ejemplar durante seis años de exilio, haciendo presente la causa independentista en muchos frentes distintos, nunca puede ser tildado de "traidor". Y decir que lo que ha hecho es para "buscarse una salida personal para poder regresar él" como se ha dicho, resulta sencillamente demencial para quienes lo conocemos.

Su posible retorno sigue siendo uno de los máximos incentivos políticos que tiene el independentismo y, a la vez, lo que más cabezas de unionistas hará estallar cuando se produzca

El president Puigdemont, pueda volver inmediatamente o no, ha representado a nuestro país ante el mundo como nunca ningún dignatario la había representado desde tiempos de Pau Casals. Ha significado —y significa hoy sin duda— un desafío al régimen del 78 como nadie, con una capacidad de sacrificio que pocos políticos han mostrado. ¿A quién temen más que a él? De acuerdo, quizás el documento del 9N no es el que hubiéramos querido. Pero deja clarísima la posición independentista y el aviso de que romperá la mayoría de Sánchez si no cumple. Considero que, en la actual situación, permite el inicio de una nueva etapa en la que, sin renunciar al 1-O, vuelve a situar el conflicto independentista catalán justo en medio del escenario político, como en ningún momento lo ha hecho la mesa de diálogo. Y, a pesar de todo, es evidente que Sánchez nos volverá a engañar, ¿quién puede dudarlo? La comparecencia del president Puigdemont lo ha dejado clarísimo. Pero por mucho que yo respete a Clara Ponsatí y a Josep Costa —además de haber seguido personalmente movilizado todo este tiempo— pienso que el único escenario a la vez factible y prometedor para el independentismo es lo que nos ofrece Puigdemont. La prueba la tenemos en la grieta que ha logrado abrir en las filas del 155, en la feroz reacción que provoca entre la derecha —donde también se ha logrado abrir una grieta— y en la imposibilidad de que nadie pueda decir que el conflicto catalán está superado. ¿Quién más era capaz de establecer eso con la contundencia con la que se ha hecho?

Dentro de las actuales circunstancias, y sin renunciar a nada, Puigdemont ha dejado bien abierta la partida por la independencia. Ahora tendrá cuatro años con la llave en la mano para ir enseñándola. En este sentido, creo que se merece nuestra plena confianza. ¿Quién puede dudar de que su posible retorno sigue siendo uno de los máximos incentivos políticos que tiene el independentismo y, a la vez, lo que más cabezas de unionistas hará estallar cuando se produzca? Como el de Macià. A veces, los catalanes tendemos a hacer lo complicado y obviamos la vía más sencilla que la gente de la calle puede entender. Yo prefiero ver el paso de Puigdemont como Gemma Aguilera o el gran Yanis Varoufakis, que en su cuenta de Twitter ve el acuerdo de ahora como un golpe legitimador contra la represión y el lawfare aplicado por España contra la democracia. Y todo eso por no hablar de los amigos escoceses, que casi llegan a hacerse pesados con el insistente "lo que daríamos por tener a un líder como Puigdemont..." Yo no digo que sea perfecto. Pero solo por su inmensa valentía, proyección mediática y convicción independentista, pienso que se merece mucho más respeto del que está recibiendo. ¿Cómo no estar al lado de un político de casa de quien las masas fascistas gritan que vaya "a prisión"? ¿Qué otro GOI del mundo se lo permitiría, esto? Y qué miserable es que algunos de los nuestros simplemente lo vean como "el que ha hecho presidente al 155 Sánchez". ¡Por favor!

La política por fuerza tiene que ser algo mucho más sutil y estratégica que eso. Parafraseando a Joan Fuster, o la haces tú, o te la hacen los demás. De acuerdo en que Sánchez no sea nada de fiar y que nos la hará. Por supuesto. Pero este señor, con sus frívolas ansias de poder, ha jugado con fuego y nosotros debemos aprovecharnos de ello agrandando todas las grietas. Ha permitido, de facto, una formidable operación de deslegitimación del lawfare practicado contra nosotros durante estos años. Si la propia Esperanza Aguirre dice que esto deslegitima y desmonta el estado de derecho español desde 1978, ¡no seremos nosotros quiénes la contradigamos! Quizás no nos damos cuenta, pero esto se parece mucho más a un paso firmemente hacia adelante que a un "fin de trayecto", como veía ayer Clara Ponsatí. Si jugamos bien nuestras cartas, las cosas ya no deberían ser nunca más iguales. Ahora hay que buscar todas las vías posibles para explotarlo al por mayor y aprovechar la debilidad del PSOE para provocar la necesaria recuperación de la opinión pública en casa, que el desbarajuste del actual gobierno ha hecho perder en favor del PSC. Bien aprovechada, esta situación tiene que servir para avanzar hacia la independencia en la línea del 1-O, rompiendo la cohesión interna de los intransigentes "a por ellos". ¿Alguien podría haber imaginado esta deriva hace tan solo un año?