Un fantasma recorre Europa y no es el comunismo, como decían Marx y Engels en el famoso Manifiesto, sino el populismo ultra, xenófobo y/o racista, iliberal y antipolítico o, incluso, prepolítico. Los noticiarios abrirán hoy -a no ser que se produzca una sorpresa de última hora- con la victoria electoral de la ultra Giorgia Meloni en las elecciones italianas. La lideresa de Hermanos de Italia y de toda la ultraderecha, con Salvini i Berlusconi como albaceas, hará historia. Por primera vez, una mujer será primer ministro de Italia, lo cual constituye, paradójicamente, una mala noticia para el movimiento feminista y democrático en general, dado su color político. Una vez más en la historia de Europa, las puertas abiertas del parlamentarismo y la democracia liberal habrán permitido la entrada, e incluso el ascenso a la magistratura máxima de los que, si pudieran controlar todos los resortes del poder -como pasó en la misma Italia y la Alemania de los años 20 y 30 del siglo XX- empezarían por abolir el parlamentarismo y la democracia liberal.

Los editorialistas y los articulistas alertarán del retorno de los peores fantasmas del armario europeo y sacarán el arsenal habitual de paños calientes para negar la mayor, o sea, por qué cada vez más gente está hasta las narices de los políticos y la política de siempre. Admitirán, eso sí, que la izquierda gobernante ha fracasado en satisfacer las necesidades de los que, históricamente, han sido sus principales apoyos electorales: las clases medias, en proceso de declive galopante, y las de rentas bajas, las dos fácilmente permeables, cuando la cosa se pone fea, a los discursos del odio, la antipolítica y las soluciones fáciles a los problemas complejos. Pero no pasarán de aquí. Cuando se trate de ir a la raíz del problema, mirarán hacia otro lado o callarán. Una vez más, aplicarán aquella máxima catalana que de algunos males, cuanto menos ruido se haga, mejor. Por ejemplo, recitarán el mantra falsamente progresista o directamente cínico según el cuál, cunato menos se hable y se debata sobre la cuestión del hiyab, del pañuelo o velo islámico y el campo asociado -islam e inmigración musulmana en Europa- mejor. Y así, hasta la próxima.

Uno de los argumentos es que, al fin y al cabo, el hiyab es sólo un trozo de tela y problematizar el uso, como se hizo en Francia hasta el punto de prohibirlo en la escuela pública en nombre de la laicidad, radicaliza a los islamistas y hace el caldo gordo a la extrema derecha islamófoba, que ve así legitimado su discurso de odio. Pero la realidad es que ni el silencio ni los eufemismos o las campañas pagadas con dinero público para evitar señalar el velo islámico como un posible indicio de vulneración de los derechos y libertades de las mujeres, no evitan que la gente hable,  que se haga preguntas, que debata en Twitter como quien lo hace en la barra del bar, y que al final vote Meloni, Le Pen o Abascal porque nadie más sabe o no contesta.

No es de recibo que finalmente se condene sin hablar del hiyab lo sucedido a Irán, la muerte en una comisaría de la joven kurda de 22 años Mahsa Amini después de ser detenida por la policía de la moral porque no llevaba bien puesto el pañuelo, como ha hecho -y me duele y creo sinceramente que se equivoca- nuestra consellera d'Igualtat i Feminismes, Tània Verge. El velo se tiene que poder llevar o no con libertad absoluta pero mientras permanezca la duda de si eso es realmente posible, mientras haya lugar a la sospecha de que se trata de una imposición, machista y/o religiosa, ya sea del marido o la familia, del imán de la mezquita o del vecindario, lo que tiene que hacer la política honesta y decente no es esconder la cabeza como los avestruces sino plantearse el problema al que remite y las posibles soluciones. Que nunca serán simples, contrariamente a lo que pregona la ultraderecha y la barra de Twitter y triunfa en las urnas de media Europa.

No es de recibo que se condene sin hablar del hiyab lo sucedido en Irán, la muerte en una comisaría de la joven kurda Mahsa Amini después de ser detenida por la policía de la moral porque no llevaba bien puesto el pañuelo, como ha hecho nuestra consellera de Igualtat i Feminismes

Ya hace algunas décadas, el académico alemán de origen sirio Bassam Tibi lanzó la propuesta de un euro-islam liberal como vía aceptable tanto para los inmigrantes musulmanes como para las sociedades europeas, por el hecho de adaptarse a las ideas de laicismo y ciudadanía individual. El euro-islam no permitiría la asimilación completa de los musulmanes pero sería compatible con la sociedad liberal democrática a partir de la renuncia a la idea del predominio: es decir, a una sociedad regida de acuerdo con los principios religioso-políticos islámicos, y que es la alternativa a Occidente que, con mayor o menor énfasis, promueven todas las corrientes del islamismo político desde la época del colonialismo europeo.

Curiosamente, ni el islam es monolítico ni tampoco el antiislam. También hay propuestas xenófobas que, como las de Tigel Nagel, abogan por considerar a los musulmanes "minorías protegidas" en Europa, como ellos han considerado en diferentes momentos a cristianos y judíos en tierras del Islam, y "acentuar las diferencias para mantener a los extraños lejos de Europa". El euroislam se opone a la xenofobia pero también a la perspectiva cultural-relativista de los multiculturalistas, que evalúa las diferencias desde una posición más favorable y comprensiva. Al final -señala Bassam Tibi- xenófobos pro-gueto y multiculturalistas, llegan a posiciones equiparables desde perspectivas distintas. Posiciones que, a la vez, obtienen la simpatía de los islamistas que viven entre los inmigrantes en Europa y "confunden de buena gana la asimilación con la integración política, con el objetivo de impedir esta última." O lo que es lo mismo, el velo como símbolo de identidad comunitaria, sí, y punta de lanza contra la integración política real de la población de cultura y/o religión musulmana en Europa, contrariamente a lo que cree la izquierda y el liberalismo buenistas.

El euro-islam u otras propuestas inclusivas serán impracticables si la izquierda y los demócratas perseveran, con su silencio miedoso, en regalar a la extrema derecha toda la pista del necesario debate sobre y el encaje de la cultura islámica con la sociedad liberal democrática. O si se convierte el pañuelo en un arma de victimización con tufo electoralista, como hemos visto estos días con la campaña de apoyo de ERC a la diputada velada Najat Driouech, por el hecho de que se le haya pedido que, como representante pública que es, condene el asesinato de Mahsa Amini. Una interpelación, ciertamente, que no es inocente, que escuece y pone el dedo en la llaga, pero  perfectamente legítima en una sociedad liberal y democrática. El hecho de llevar el pañuelo islámico no convierte a nadie en intocable, inapelable e infalible como si fuera el papa de Roma. El Parlament tiene esta semana la oportunidad de reconducir la situación con una propuesta de resolución para que, en el marco de del debate de política general que empieza este martes, la Cámara condene el asesinato de la joven kurda iraní por llevar mal "el hiyab". Sin ir más lejos, la resolución podría ser tan explícita como la que, aprobada por una amplísima mayoría el 16 de junio pasado, acusa al Estado de Israel de cometer "crimen de apartheid" contra los palestinos.

Mientras aquí callamos o silbamos, o tildamos de racistas y xenófobos a personas como Lluís Llach o Pilar Rahola porque osan romper el silencio en público sobre cuestiones como la del hiyab, las mujeres iraníes desafían la teocracia asesina con la cabeza y la cara descubiertas

El velo es sólo un trozo de tela, sí, pero te pueden matar por no llevarlo o hacerlo de manera incorrecta si así lo deciden los que lo imponen a las mujeres porque las consideran seres de su propiedad que deben ser dirigidas y apacentadas como las ovejas. Mientras eso pase, lo que tiene que ofrecer una política decente es poner en valor la diferencia de formar parte de una sociedad dónde llevar el hiyab sea un ejercicio de plena libertad, una decisión segura y sin temor, o, por el contrario, de una sociedad donde no hacerlo o tener un descuido -llevarlo mal- pueda costarte la vida. Cosa que no debe suponer estigmatizar a nadie ni a ningún colectivo ni restringirle ningún derecho, tampoco el de llevar el pañuelo. Esa es la campaña valiente, no las que normalizan un posible vehículo de exclusión, aunque no lo pretendan.

Mientras aquí callamos o silbamos, o tildamos de racistas y xenófobos a personas como Lluís Llach o Pilar Rahola porque osan romper el silencio en público sobre cuestiones como la del hiyab, las mujeres iraníes -secundadas por muchos hombres- desafían la tiranía, la teocracia asesina, con la cabeza y la cara descubiertas. Gracias a personas como ellas, quizás sí que algún día el hiyab será tan sólo un trozo de ropa.