Anunciada. Crónica de una sentencia anunciada. El título es una feliz expresión que pronunció en una entrevista el abogado Gonzalo Boye hace pocos días. Claro, no se trata de la más inventiva ni brillante de las frases, de acuerdo, abusa del título de una conocida novela de Gabriel García Márquez, pero no importa. La oración, sin embargo, es exacta, perfectamente útil. En efecto, a partir del próximo martes 12 de febrero veremos en el Tribunal Supremo de España como se alza pomposamente el telón, como se afanan las poleas para levantar los decorados rococó, como con gran acopio de iluminación relucen los latones gravosos, la chapería de las insignias judiciales de los viejos tiempos de la francmasonería, la blancura inmaculada de las puñetas hechas con bolillos vernáculos, la negrura funeraria de las togas; y podremos contemplar como se tensan hasta al máximo todas las cuerdas y todas las sirgas, también todos los tejidos para, de repente, ver cómo se levanta la gran carpa, el gran circo, la gran farsa judicial. Una farsa no desde un punto de vista legislativo, señoras y señores del jurado, eso no, reglamentísticamente seguro que este juicio del Siglo tendrá grandes momentos de acierto técnico, episodios canónicos que demostrarán un gran dominio del oficio, tengo por seguro que nos esperan grandes momentos para desempolvar pragmáticas, preceptos y prevenciones. Pero al cabo, una gran farsa desde un punto de vista democrático, porque las leyes, los reglamentos, las normas y las ordenanzas serán leídas y entendidas de acuerdo con la doctrina del presidente Lesmes, de acuerdo con la sacrosanta unidad de España y no del sentido más íntimo y profundo de la justicia, de la recta administración de la justicia. Este juicio a los presos políticos es un venganza. Es un escarmiento. Es una gran operación política que el Estado español decidió tomar, desde la sentencia contra el Estatuto de Autonomía de Catalunya, para contradecir la voluntad popular y acabar con el pacto constitucional de 1978, específicamente a través de la judicialización de la política.

A partir del próximo martes, en Madrid, será interesante de ver cómo la justicia española construye la farsa e intenta de hacerla creíble con buenas interpretaciones y mejor vestuario, con maquillaje y cámaras de televisión. A partir del martes se inicia un extraño monólogo para iniciados, una desvergonzada operación íntima de masturbación, una determinada actividad autóloga de acuerdo con el criterio de unos señores que no viajan, que en general no saben idiomas, y que piensan que los Pirineos son una barrera natural y protectora cuando, en realidad, es un territorio de paso, de comunicación y de entendimiento. Las montañas no son nunca una frontera como lo son los ríos. Y todavía podría discutirse, y según cómo. Que la incomunicación sólo es propia de los regímenes autárquicos y dictatoriales. Porque la ley en democracia es un concepto universal que trasciende las fronteras. Y porque el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, por el momento, aún considera que los catalanes somos seres humanos. El próximo martes comienza una nueva página de la tradicional represión españolista sobre Catalunya, una nuevo episodio del colonialismo más rancio, absurdo y egoísta de los últimos tiempos, cuando aún se oigan los ecos de la indigna manifestación anticatalana del domingo anterior. Y descubriremos nuevos motivos de indignación, de discrepancia, nuevos motivos para querernos ir de España.

En diciembre de 1945, en Quaderns de l’exili, Núria Folch escribía estas palabras: “Catalunya está por encima de todos nosotros. Y todos la llevamos dentro: cada cual la sentirá a su medida: los espíritus grandes la sienten grande, y los espíritus pequeños, pequeña. La Patria es ese lazo misterioso que une a los hombres al pasado y al futuro. Según como se quiera ver, ya está acabada, o se está acabando, o está toda por hacer. Tiene interés recoger su tradición, y también hacerla más grande con nuestro amor y nuestro esfuerzo, realizando simplemente lo mejor posible lo que tengamos que hacer.”