Al acabar el 2018, escribí en este mismo diario que esperaba que el 2019 fuera un año menos injusto que el que dejábamos atrás; lo decía por las presas y los presos políticos —en aquel momento en prisión provisional que ya se auguraba como perpetua— y lo hacía extensivo a todo el mundo y a todas las causas en las que no dejamos de luchar.

Estaría bien no tener nada que escribir en este sentido y poder hablar de otras cosas, pero lo cierto es que este año ha estado aún más lleno de injusticia que el anterior. De hecho ya lo tiene que cuando la justicia está en entredicho la injusticia campa sin freno, se extiende cada vez más, se agranda sin cesar. El hecho de que no nos lo parezca depende, por una parte, de la eficacia de la propaganda y, por la otra, de nuestra capacidad de mantenernos críticos ante los hechos y con bastante energía para seguir luchando. Hay una cosa que el poder tiene muy clara: si aguanta bastante tiempo una injusticia, esta se acaba normalizando. Especialmente si amenaza con grandes males, porque toda atrocidad delante de una mayor, aunque sólo sea anunciada, se vuelve pequeña o soportable; o lo que denominamos tan convenientemente, un mal menor.

No nos conformemos con un futuro que no queremos, no nos adaptemos a las circunstancias; está en nuestras manos imaginar el mundo que queremos y andar hacia él

A mí me daba mucho miedo al inicio el ataque judicial contra el proceso que nos acostumbráramos a tener presas y presos políticos, pero me alegra ver como una parte tan importante de la ciudadanía —incluso, aunque pequeña, de aquella ciudadanía que no quiere la independencia— se sigue revelando contra la represión de las libertades democráticas. Algunas y algunos en la Meridiana, otros en el Palau de la Música; algunas y algunos por doquier y cada uno allí donde puede y en la medida en que puede. Que lo centralice en las penas de prisión no quiere decir que no incluya todas y todos los represaliados, de tantas maneras, no sólo las más evidentes o las que se han hecho públicas. Y en esta extensión no incluyo, evidentemente, todas y todos aquellos que se autoexcluyen de espacios y procesos, señalando a los otros y otras como culpables para poder victimizarse ante la imposibilidad de convivir ni siquiera con la idea del cambio, de un futuro diferente, de una realidad perecedera a la que están agarrados como a un clavo ardiendo.

No nos conformemos con un futuro que no queremos, no nos adaptemos a las circunstancias; está en nuestras manos imaginar el mundo que queremos y andar hacia él. Sí, incluso cuando parece que todo está en contra, también en la política, o en el trabajo, o en la vida personal. Nada se gana inmediatamente y sólo se pierden los sueños que dejamos de perseguir porque entonces no les damos opción a que se conviertan en realidad. En este sentido —y aunque espero y deseo que también en muchos otros—, el 2020 será un año mejor por el solo hecho de ser un año más, y por lo tanto por darnos tiempo para conseguir cambios. Nos conviene no ser ilusos, y no perder de vista que al sistema social y político en el que estamos se le acaba el tiempo, se está agotando y aunque los alaridos serán cada vez mayores, sólo serán eso: los últimos latigazos de una fiera herida de muerte segura. Sólo depende de nosotros que dure más o menos, que no nos coja con el pie cambiado.

Por una vida mejor, en un país mejor, en un mundo mejor. Feliz 2020.