Ha vuelto a pasar, ahora con las elecciones catalanas. El Govern decidió la semana pasada —después de unas horas de rumor arriba, rumor abajo— que aplazaba la fecha de las próximas elecciones a la Generalitat. El pacto entre partidos era amplio, pero no importa, los primeros recursos ya han llegado al Tribunal Superior de Justícia de Catalunya. Por lo tanto, sabemos que, en principio, no iremos a votar el día 14 de febrero, pero no sabemos cuándo lo haremos. Seguramente lo acabará decidiendo un tribunal. ¡Viva y re-viva la democracia!; ni que pusiéramos más empeño, nos la podríamos cargar más rápidamente.

No se trata de que veamos más sensato o menos el aplazamiento. Que pensemos que beneficia o no al partido que votamos, que sospechemos o tengamos claro que se ha hecho en clave electoral —decidme que no se hace así— o que pensemos realmente —porque eso sí que es real, cuando menos constatable— que se han de tener en cuenta las circunstancias excepcionales por toda la gente enferma y /o confinada a causa de la Covid-19 y el aumento del riesgo de contagio.

Se trata de que se ha cambiado una de las reglas básicas del juego democrático: quien pierde acepta al otro como vencedor y se aguanta, por lo tanto, con la decisión que se toma. Todo siempre, y evidentemente, dentro del marco constitucional, entendido como las reglas de juego establecidas, consensuadas en la interpretación y respetadas por los representantes públicos. Es decir, todo lo contrario del imperio de la ley. Queda muy bien acusar a Trump de todas las maldades antidemocráticas, porque parece que ya se aviene con el personaje, pero es mucho más difícil, o incómodo, o arriesgado hacerlo en casa, con tu propio partido o contigo mismo o misma.

¿Necesitamos políticas y políticos? Me parece, a los hechos de los últimos años me remito especialmente por el impulso y normalización con la que la vía judicial se adopta, que no

Se ha convertido en una costumbre para los partidos españoles, y eso no se detiene ya en Catalunya, llevar a la justicia todas las decisiones que se pierden en el ámbito político y eso implica que tenemos que empezar a preguntarnos, pues, dos cosas. La primera: ¿así se puede gobernar? O mejor dicho, si las y los políticos pueden gobernar. Y la respuesta es bien sencilla, seguro que no; no solo por una razón de plazos, que es lapidaria, sino también de criterio. Aunque de eso tampoco vamos sobrados sin necesidad de poner fiscales y jueces por delante o por medio. Y no lo digo, por ejemplo, porque cada vez sea más habitual que el político de turno no sepa nada del negociado que le encargan, y/o de la vida en su conjunto, porque solo ha hecho de político, sino porque la falta de reflexividad, de fundamento y de coherencia es una marca de los tiempos actuales.

La segunda pregunta y todavía más importante, aunque leída la primera no lo pueda parecer: ¿necesitamos políticas y políticos? Me parece, a los hechos de los últimos años me remito especialmente por el impulso y normalización con la que esta vía judicial se adopta, que no.

No he visto ningún otro cuerpo profesional que con tanta alegría traspase la facultad de decisión a otro cuerpo profesional. Se acabarán arrepintiendo, si no todas y todos, la mayoría. No por nada, porque si llamas a un cerrajero y te lo arregla un carpintero, que lleva a tu casa el mismo cerrajero, la próxima vez —cuando menos a la tercera, por aquello de que va la vencida— acabas dirigiéndote directamente al carpintero. Fuera intermediarios, que ya sabemos que siempre encarecen el producto.

Me da la impresión que los y las políticas actuales, no digo solo los de nueva generación, piensan que tienen el lugar asegurado, porque ahora, en la administración pública, la distinción entre tener un puesto y ocuparlo se ha desdibujado mucho en todos los ámbitos; y en el caso que nos ocupa, porque las y los políticos, hagan lo que hagan, cada cuatro años repiten en un lugar u otro del espacio público-político.

A ver a quién se sale con la suya respecto de la fecha que le interesa para las elecciones y nos deja bien claro que ir a votar no sirve de nada. Quien tiene el poder es quien tiene los tribunales de su lado. Y ni eso, porque nada te asegura que no vayan por libre. Propongo, pues, que escojamos a juezas y jueces y enviemos a los y las políticas a casa.