No es de este año que una parte importante de la población no va de vacaciones, sólo tiene vacaciones, y mucha otra que ni eso. Cuando yo era pequeña era habitual no ir de vacaciones o que mi padre ni siquiera tuviera, o que mi madre, hiciéramos o no, no dejara de ocuparse de todo y de todos. No era así para todo el mundo, pero sí bastante general, cuando menos en mi clase social. Ha sido después que las vacaciones, como muchos otros productos de la sociedad de consumo, se han instaurado como un requisito básico de la vida. No seré yo la que diga que no son importantes o que no van bien, más todavía cuando el deseo de las mismas es creciente a causa de la presión social. Por eso hay quien ha ido de vacaciones incluso cuando no podía, hay quien se ha sentido muy desgraciado o desgraciada por no poder ir; y también hay quien ha seguido sin hacerlas ni tenerlas, también de manera creciente en los últimos años.

Este año, sin embargo, nuestras vidas son más inestables de lo que lo han sido, quizá, nunca, a no ser por algún problema personal, y por lo tanto es todo un poco extraño. No sabes si tienes que ir de vacaciones o no por muchos motivos. No sabes si te lo puedes permitir ni económicamente ni por salud. Porque más que nunca no sabes qué pasará, con el trabajo, la salud, la vida, el país... No sabes si te conviene o no ir a algún lugar porque no sabes qué cerrarán y tampoco sabes si te gustará demasiado tener que ir a la playa o a la montaña, o allí donde sea, con la mascarilla puesta. A la vez que todas estas dudas se contradicen con la idea de que necesitamos que el país no cierre, que el sector del turismo es fundamental en nuestra economía y que nuestra contribución a la misma puede ser una diferencia importante en el resultado de una temporada que quizá ya está perdida.

Ya no sirven la mayoría de cosas que se hacían antes, ni en política ni en nada. Y no lo digo sólo para que no salgan ganando los de siempre, lo digo porque nuestro mundo, el de todas y todos, ha cambiado en muy pocos días

Es difícil de asimilar que dirigentes de otros países recomienden que no se viaje al tuyo, pero lo entiendo. Lo entiendo para salvaguardar al máximo la salud y lo entiendo desde el punto de vista económico. Es lo mismo para todo el mundo, el riesgo de quiebra es importante y por eso encontré tan acertada la medida, anunciada hace meses, del gobierno italiano, antes de saber, claro, cómo irán las cuentas. Daban una ayuda, si no recuerdo mal, de hasta 500 euros a las familias para que se los gastaran en vacaciones en el propio país. Me pareció genial, porque de hecho después de estar encerrados en casa, o trabajando en primera línea y en las condiciones más estresantes, no hay nada mejor que poder salir, cambiar de aires, relajarte y al mismo tiempo hacer funcionar el país. Aparte de lo agradable que tiene que ser tomártelo como un regalo. Le veo ventajas económicas, de salud en más de un sentido, de afección política... Ahora que se ha puesto tanto de moda la idea del win-win, que siempre observo con recelo, quizá es verdad que es posible y que lo único que hace falta es hacer políticas imaginativas para conseguirlo. Sin embargo, como en todos los casos, habrá que evaluar los resultados reales. Aunque estoy segura de que, en cualquier caso, es mucho mejor que gastarse millones en propaganda para el turismo como ha hecho el estado español. Era tan evidente que se tiraba el dinero en un panorama tan lleno de incertidumbres que dolía sólo con oír el anuncio. Ya no sirven la mayoría de cosas que se hacían antes, ni en política ni en nada. Y no lo digo sólo para que no salgan ganando los de siempre, lo digo porque nuestro mundo, el de todas y todos, ha cambiado en muy pocos días. Quizá no en todo, pero en muchas más cosas de las que somos conscientes.