Toni Cantó y yo nacimos el mismo año, 1965, pero no podemos en absoluto decir que hayamos tenido vidas parecidas, a pesar de compartir estado y generación. Y tampoco creo que se explique, cuando menos mayoritariamente, porque no hayamos escogido el mismo país. Nos conocemos, aunque circunstancialmente, él seguramente ni se acuerda, de hecho, no tiene por qué hacerlo. Coincidimos en un plató de televisión, ya hace tiempo, en 8TV, y el debate, entre los dos, fue muy tenso. Incluso agrio. Seguramente culpa mía: no me gustaba lo que decía antes —incluso antes de dedicarse a la política— y ha seguido sin gustarme, pero parece mentira cómo cambian las cosas. Y, en este caso, el coronavirus no tiene nada que ver.

Me ha llamado la atención que los titulares destacaran que Toni Cantó había dicho que estaba mal, y eso no lo digo como un demérito. Es importante reconocer cuando no estamos bien, cuando las cosas no nos van bien, aunque solo sea por una cuestión de higiene mental, pero no es fácil hacerlo en un contexto contrario a la debilidad y al fracaso. Aunque este sea momentáneo, porque ya sabemos que no le cuesta nada cambiar de partido.

Ayer por la mañana hubo la tan esperada —durante el fin de semana— reunión de la ejecutiva de Ciudadanos después del estruendo político de la semana pasada —con rupturas, separaciones, tránsfugas, expulsiones y mociones—, en la que, entre otras cosas, Toni Cantó ha presentado su dimisión. No solo como miembro de la ejecutiva del partido, sino del propio partido y además renuncia al acta de diputado y todo.

Quizá ahora habrá entendido, aunque solo haya sido por una fracción de segundo, qué se siente cuando no te dejan votar, cuando las cosas se deciden por decreto o a la fuerza o por imposición

Ahora, lo que no me esperaba al leer la noticia entera es que lo entendería; aunque decir que podía sentir empatía por él sería una exageración demasiado evidente. No me entendáis mal. No me interesan los problemas entre los miembros del partido naranja y menos todavía me parecía que nada de lo que podría decir Cantó podría interesarme nunca. De hecho, normalmente sus declaraciones, los comentarios que hace, su manera de ver el mundo me irrita profundamente. No solo porque no los comparto, sino porque acostumbra a ser un ataque directo a la libertad, a los derechos fundamentales o siempre —de paso o no, por si las moscas no quedase claro— un ataque a Catalunya, al procés, a los y las independentistas y para redondearlo, a los catalanes y catalanas.

Toni Cantó ha salido del todo enfadado, profundamente indignado, de la ejecutiva de su partido porque ha pedido votar y los otros no han querido. No sé quién se ha opuesto, si la presidenta, Inés Arrimadas, o todo el resto, o solo la mayoría. La cuestión es que no se ha podido votar, que era la demanda —supongo que considera en este caso legítima— que hacía Toni Cantó. La de vueltas que da el mundo.

Quizá ahora habrá entendido, aunque solo haya sido por una fracción de segundo —no tengo más esperanza— qué se siente cuando no te dejan votar, cuando las cosas se deciden por decreto, o a la fuerza, o por imposición. Lo que llega a frustrar —aunque la palabra es otra— que en democracia todavía se sigan decidiendo las cosas sin democracia. Toda una lección donde las haya. Aunque mañana —es decir hoy martes—, es posible que Toni Cantó ya haya modulado incluso su discurso sobre los hechos según el universo que defiende. Un resbalón lo tiene cualquiera.