La última gala de los Goya será recordada por el precioso homenaje del actor revelación, Jesús Vidal, a la inclusión, la diversidad y la visibilidad. Un discurso sencillo, corto y directo, pero tan grande que ha arrancado lágrimas, no sé si de cocodrilo ―cuanto más buenas las actrices y los actores, más difícil es de saber― a la concurrencia.

Campeones, la película, ya me gustó y el discurso más. No sólo por quien lo hace, sino también por el homenaje al trabajo bien hecho de sus padres que le han permitido crecer sin las limitaciones que generan las etiquetas sociales. Trabajo difícil donde lo haya. Todavía habrá quien confunda su declaración “a mí me gustaría tener un hijo como yo”, con la fama o el hecho de haber recibido un premio Goya; porque se sigue sin poder concebir una realidad así. Nos cuesta recordar que discapacidades hay de muchos tipos, otra cosa es las que señalamos; y también nos cuesta admitir que todo el mundo tiene algún tipo de discapacidad. Por eso ganaríamos mucho todas y todos juntos si valorásemos las capacidades que sí tenemos.

El discurso ha sido una buena lección que además permite a la comunidad actoral estar muy contenta porque ha lavado la cara a la gala y al conjunto del sector que está en horas bajas con respecto a la defensa de los derechos y, en general, de las luchas sociales; excepto contadas y honrosas excepciones. De hecho, los actores y las actrices no tienen por qué ser más implicados, más activistas, más de izquierdas que el resto de la población; todo el mundo tiene derecho a ser como quiera y lo que quiera, sólo faltaría decir o pensar lo contrario. Ahora bien, lo que no es de recibo es ir de superprogre y comportarse como un peón del poder; es todavía peor que la indiferencia, aunque esta también hace su buen trabajo.

A los de Vox les va de narices que no se signifiquen en lo que realmente los alimenta a ellos, en denunciar y posicionarse ante las acciones flagrantes que se están haciendo en España en contra de los derechos y de la democracia

El progresismo español siempre lo tiene más fácil cuando manda la derecha. Cuando el PSOE está en el poder, se les cruzan los cables y entonces pasan de puntillas, obvian o, directamente, meten la pata; depende del tipo de implicación de cada uno. Pero vaya, ya ni eso es así, porque en la gala de los Goya del año pasado no podían haber aguado más de lo que lo hicieron el tema del sexismo en la industria cinematográfica. Quedó muy extraño, más cuando Hollywood les había abierto el camino ―una autopista, de hecho―, con alfombra roja incluida. Y en los Goya se limitaron a un abanico rojo ―supongo que por aquello de la españolidad―, con el que sólo se reivindicaba la presencia de más mujeres; de los abusos no consideraron que había que decir nada.

Este año les ha parecido que lo solucionaban dejando fuera de la gala a Vox y entonando el no pasarán; parodia vacua e ineficaz de cómo hacer activismo efectivo. Más tronado no puede ser todo. Precisamente a los de Vox les va de narices que no se signifiquen en lo que realmente los alimenta a ellos y además es central para la evolución de la sociedad que compartimos: denunciar y posicionarse ante las acciones flagrantes que se están haciendo en España en contra de los derechos y de la democracia. Eso ni lo dejan para mañana. De hecho, hay muchos que, incluso, están más que de acuerdo con la actuación del estado y del sistema judicial español contra el proceso catalán de independencia. Y, al mismo tiempo, incrédulos se preguntan cómo puede ser que la gente vote a un partido como Vox. Tendremos que hacer una película para explicárselo.