Ha muerto Bernardo Bertolucci y los medios glosan su arte. A mí en el recuerdo me queda su particular y especial, de hecho, icónica, contribución a la violencia machista; y no sólo lo digo porque el domingo fuera 25 de noviembre, Día para la erradicación de las violencias machistas. El director hace dos años explicó cómo había alterado el guion en el rodaje de la película El último tango en París sin que la actriz Maria Schneider tuviera conocimiento de ello a fin de que la escena de la violación no fuera pura interpretación de la actriz. Quería verosimilitud. Bertolucci debía pensar ―y supongo que Marlon Brando, y todos los que lo sabían, también― que no pasaba nada por utilizar a una mujer y su cuerpo en nombre de lo que se supone un valor superior: hacer buen cine. Una agresión en toda regla, un delito, se mire cómo se mire, que se relativiza porque a las mujeres sí que se las puede utilizar como objetos. A los hombres no. Estoy segura de que esta misma situación no se hubiera dado ―ni siquiera planteado o sopesado― al revés. Es decir, que el violado fuera Brando o cualquier otro hombre; y se hubiera encontrado cualquier otra buena fórmula para conseguir hacer el mejor cine posible.

¿De verdad alguien cree que podemos seguir avanzando en la erradicación de la violencia machista en una sociedad que sigue reconociendo a genios y aportaciones de excelencia en todo tipo de ámbitos ―desde el arte a la ciencia, de la política a la ayuda humanitaria― al margen del trato y la utilización de las mujeres que acompañan a las obras que han hecho posible estos méritos?

Ya os digo que no. De hecho, esta doble moral hace que nos hagamos no pocos enredos. La vicepresidenta del Gobierno y ministra de Igualdad, Carmen Calvo, afirma que la lucha contra la violencia machista dignifica. No estoy de acuerdo. No entiendo cómo se pueden hacer este tipo de declaraciones. El foco al revés, como siempre, y así nos ahorramos poner el dedo en la llaga y hacer ver que hacemos aunque no sea así.

Dignifica la igualdad, no la desigualdad ni tampoco la lucha para conseguirla

Lo que dignifica es tener una sociedad, es vivir en un entorno, donde las mujeres no tengamos que sufrir por nuestra seguridad. Donde las mujeres no seamos atacadas y utilizadas por los hombres por el mero hecho de ser mujeres. Dignifica la igualdad, no la desigualdad ni tampoco la lucha para conseguirla; aunque evidentemente esta sea encomiable y del todo necesaria para intentar cambiar el patriarcado que nos atenaza la libertad.

Dignifica vivir en una sociedad donde las mujeres no seamos víctimas una y otra vez de los mismos patrones machistas y no pase nada y no se haga nada. Víctimas, además, por partida doble y triple. En primer lugar, de los agresores concretos y, después, del sistema. Es más que un símbolo que la manifestación de Barcelona acabara ante el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya. Es más que una prueba de realidad de que no se avanza que el 80% de las medidas del “Pacto de Estado contra la Violencia de Género" de hace un año no se hayan aplicado. Y es más que un buen ejemplo de que este no es un buen estado para vivir el circo mediático que se genera cada vez que una agresión machista salta a los medios.

Lo que tenemos que preguntarnos es por qué sigue no importando que cada año mueran mujeres en manos de hombres y que las agresiones de todo tipo, de hombres a mujeres, crezcan sin cesar. Nos tenemos que preguntar qué hacemos cada uno de nosotros para que esta realidad cambie. También, y principalmente, esta pregunta se la tienen que hacer los hombres. Y especialmente, directa y sinceramente, nos tenemos que preguntar cuántas veces miramos hacia otro lado y cuántas veces condenamos a la víctima y no al agresor. De hecho, los agresores lo son porque la sociedad les permite serlo; y seguir, más o menos bien, con bastante normalidad ―y en muchos casos con total impunidad― con sus vidas.