La respuesta más clara y sencilla no puede ser otra: nada bueno. No es mi opinión, debe ser la suya. ¿Cómo es posible, si no, —además, dada la oportunidad de las elecciones a las que se presenta— que se vaya sin hacer balance de su gran trabajo ante un ministerio tan importante como el de Sanidad?

Ciertamente, antes de llegar Salvador Illa, el Ministerio de Sanidad no era un gran ministerio, en términos políticos, claro; y, ciertamente, Illa no lo ha engrandecido, pero como ha estado, día a día, en el punto de mira de la ciudadanía, parece que se ha convertido en un gran activo electoral. Me cuesta creerlo, aunque me puedo equivocar completamente. Quizá sí que alguien se haya creído que ha sido nuestro salvador —en eso le ayuda el nombre—, pero tiene que ser exactamente alguien que sea de su partido y no quiera pensar o no tenga más remedio que no pensar; o alguien más que —por la razón que sea— ni piense ni se informe.

La pandemia le ha hecho el trabajo con respecto a la popularidad —entendida como horas de televisión— y también ha puesto sobre la mesa grandes dosis de incompetencia, muy poca ética y todavía mucha más opacidad; disfrazadas de todo, pero muy difíciles de disimular. La mala gestión ha sido tan evidente —desde las mascarillas a ahora las vacunas, pasando por todo tipo de decisiones— que hacen muy y muy complejo construir un buen discurso sobre su trabajo; a pesar de la gran inventiva que las y los políticos —o los que ponen en su boca las palabras— acostumbran a mostrar.

Muchas y muchos han pedido que se retirara del cargo, pero no se esperaban que hiciera esta salida de escena como ministro para poder lucirse como candidato y futuro presidente de comunidad autónoma

Salvador Illa empezó con un comité de expertos fantasma que se ha acabado haciendo público por obligación y dejando a todo el mundo con la rotunda sensación de que se lo han tenido que inventar, y acaba también haciendo el fantasma, ahora de otro tipo, marchándose sin dar explicaciones de cuál era y es la situación. El que venga detrás se lo encontrará y, mientras tanto, seguimos batiendo todos los récords de infección y mortalidad.

No me parece a mí que nadie se esperara una falta de asunción de las responsabilidades tan evidente, pero lo hubiéramos podido leer entre líneas cuando en todo su mandato ha practicado el principio de hacer él y su ministerio aquello que era más cómodo y menos impopular y aquello más antipático o poco popular lo pasaba a las comunidades autónomas. Eso sí, con el poder más centralizado posible; ya había hecho las prácticas con el 155 en Catalunya y es posible que de examinarse en este apartado se merezca un 10.

Además jugando, en los últimos tiempos, con la confusión de ser candidato-ministro o ministro-candidato y dejarnos sin saber —aunque aquí, si tuviera que apostar, lo tendría bien claro— qué es lo que dictaba sus últimas resoluciones. Muchas y muchos han pedido que se retirara del cargo, pero no se esperaban que hiciera esta salida de escena como ministro para poder lucirse como candidato y futuro presidente de comunidad autónoma.

Quizá todavía nos equivocamos; espero que todo haya sido un anuncio precipitado, se lo repiense y haga el balance que le corresponde. Ojalá se haya producido este cambio de opinión mientras hago este artículo. Y lo deseo no por la indignación que ha mostrado todo el mundo, excepto el PSC y el PSOE, sino por su propia dignidad y, lo que es más importante, como cumplimiento con su deber ante la ciudadanía. Todas y todos, pero sin duda —y al contrario de lo que se pueda pensar— principalmente con su propio electorado. A ver cuándo las y los políticos empiezan a mostrar respeto por las y los votantes; aunque eso sería un milagro en un partido como el suyo, que considera —y no se priva de manifestarlo— que votar es un peligro y que hay ciertas cosas que no hay que preguntar a la ciudadanía.