No hay nada que me expliquen en relación a Renfe que me sorprenda. Es más, no entiendo cómo es posible que el sistema de salud de Catalunya no tenga un epígrafe destacado sobre Renfe en el apartado de causas de enfermedad de la población que vive y trabaja en Catalunya. He sido muchos y muchos años usuaria de Renfe, de la línea que ahora se llama R2. Durante muchos años la he tenido que utilizar para ir al médico, para ir a estudiar, para ir a trabajar y para hacer otra multitud de obligaciones que han resultado muy y muy estresantes, y mucho más pesadas, por el viaje con el que empezaban y acababan. Por eso, a la que he podido, no he cogido nunca un tren de Renfe por divertimiento.

De hecho, sí, una vez, para enseñarle a mi hijo, de pequeño, qué era ir en tren. Un viaje un sábado por la tarde de tres paradas ―de Montmeló a Montcada i Reixach―, ir y volver para tomar un helado. También con retraso. Lo aprendió todo al mismo tiempo, qué es un tren y en qué condiciones viajamos en Rodalies Catalunya gracias a Renfe. De eso hace cerca de 20 años y nada ha cambiado, es decir, nada ha mejorado; tampoco respecto de los 30 años que precedieron esta excursión.

No creo que haya peor servicio posible que el que ha dado esta compañía a la ciudadanía y no mencionaba en broma los efectos sobre la salud pública, que nadie medirá ―y por lo tanto, no se hablará de ello―, pero que sé a ciencia cierta que tienen un peso más que considerable. En la mala salud, tanto física como psicológica; no creo que nadie se equivoque, pero por si acaso. Aparte de los millones de pérdidas, no sólo en número de horas laborales, que ha provocado el putiferio, en el sentido de confusión y caos ―no quiero que la presidenta del Congreso de Diputados, Meritxell Batet, se vuelva a sulfurar―, que debe ser de los peores de toda Europa.

Falta de información, información errónea, horarios no respetados, trenes que desaparecen de la pantalla sin ninguna explicación, condiciones de las estaciones y de los convoyes, y un largo etcétera que no son la excepción sino la norma del día a día

No creo que nadie se atreva a negar que el servicio es deplorable; en todo caso, los que van en AVE y los que no viven en Catalunya. Este último elemento es fundamental, aunque hay quien niega que el servicio sea peor aquí que en el resto del Estado. Aunque es negar lo que es innegable, no sólo por la propia percepción; es decir, si has visto mundo, lo sabes, porque la diferencia es evidente a simple vista. Talmente como en las autopistas, pero con características propias. Pero, en todo caso, quien todavía piense que tiene razón, que eso es una exageración, sólo tiene que ir a ver los datos, porque no lo esconden.

Los últimos, los mismos que ha ofrecido la compañía respecto de los incumplimientos de los servicios mínimos en la actual huelga de maquinistas. Renfe admite que se han vuelto a producir problemas este lunes, después del desastre del viernes que ya afectó especialmente al servicio de cercanías de València y Catalunya. Es decir, que no han solucionado nada y que, por lo tanto, los y las viajeras volverán a estar sin trenes a pesar de los servicios mínimos estipulados. Y las cifras que aporta del lunes son las siguientes: en Madrid han circulado el 77%, en València el 66% y en Catalunya el 53% de los trenes. No añado nada nuevo, el por qué de la diferencia que lo coloree cada uno.

No seré yo quien no esté de acuerdo con que alguien haga huelga, respeto siempre los derechos fundamentales de la ciudadanía, pero en el caso de Renfe no puedo sentir ningún tipo de empatía. Los años de mal trato a los y las viajeras han sido muchos y los procedimientos, en este sentido, reiterados: falta de información, información errónea, horarios no respetados, trenes que desaparecen de la pantalla sin ninguna explicación, condiciones de las estaciones y de los convoyes, y un largo etcétera que no son la excepción sino la norma del día a día. Por no hablar del tipo de respuesta dada por la compañía, tanto en la estación por parte de los trabajadores y trabajadoras como por las comunicaciones oficiales, que lo único que ha dejado claro es que, en conjunto, no saben qué implica dar un servicio y mucho menos qué significa dar un buen servicio.