La permanente guerra del castellano contra las otras lenguas oficiales del Estado viene de lejos, pero ha sido y ahora vuelve a ser especialmente encarnizada con el catalán. Este último aspecto puede ser que no sea cierto, pero es la lengua que más escucho porque es la mía. Mi lengua es el catalán, pero, de hecho, tanto el castellano como el catalán son mis lenguas, en el sentido de que mi competencia en las dos es comparable y eso que yo no he pasado por el sistema de inmersión lingüística. No puedo estar más contenta de hablar dos lenguas en el sentido de tener la capacidad de entenderla, hablarla, leerla y escribirla. Aparte de que, no seamos ilusos, no podría vivir en Catalunya sólo con mi lengua, porque es imprescindible saber castellano. Y si no, que se lo pregunten a los y las inmigrantes de otras hablas.

Esta vocación plurilingüe, aunque en la mayoría de casos se quede en el bilingüismo, no es sólo mía, es muy catalana y nada española, y de aquí viene una buena parte del problema.

El PSC se ha subido al carro de los unionistas, es decir, de todos aquellos que consideran la diferencia un problema; se ha unido a los que no ven riqueza sino ataque en la diversidad

La Constitución española recogió la "riqueza" de la diversidad lingüística del Estado sólo en el papel y a pesar de dar cooficialidad al catalán y a otras lenguas, cada una en el territorio en el que se hablaba, España no ha dejado nunca que estas lenguas salgan del territorio al cual están circunscritas y mucho menos ha contribuido al hecho de que la pluralidad de lenguas del Estado se valore como una cosa positiva, al contrario. Al castellano cualquier lengua le molesta, de hecho, tiene muy poca confianza en su lengua y un principio de realidad fundamentado en la idea de considerar que el solo hecho de existir una lengua diferente a la castellana ―ya no diremos nada de hablarla o enseñarla― es directamente un ataque a su existencia. Esta premisa de partida en que se envuelve el castellano en el estado español hace que, en términos de lenguas, no pueda salir nada razonable, y todo sea desaforado.

Por eso durante años y años ha sido imposible que el Parlamento español o en el Senado se pudieran escuchar con normalidad las otras lenguas del Estado y tampoco en la televisión nacional, sea pública o privada, que excepto la lógica de la desconexión territorial, todo el resto de la realidad española que salía y sigue saliendo en todo tipo de canales siempre va precedido de la uniformización de la lengua castellana.

Ante este tipo de imposición cultural, en Catalunya habíamos conseguido una buena convivencia lingüística entre catalán y castellano, precisamente gracias al trabajo hecho en la escuela con la inmersión lingüística, que si bien no cambiaba cuál era la lengua de cada uno, nos hacía a todos y todas competentes en ambas; lo cual ha asegurado durante mucho años no sólo una buena convivencia pacífica, sino también igualar las oportunidades entre todas las ciudadanas y ciudadanos de Catalunya en este aspecto.

Ahora todo eso ha explosionado y lo ha hecho no sólo porque los ataques de los de siempre se han recrudecido, sino porque el PSC, como en tantas otras cosas que tienen que ver con los derechos fundamentales y con la democracia, se ha subido al carro de los unionistas, es decir, de todos aquellos que consideran la diferencia un problema. Se ha unido a los que no ven riqueza sino ataque en la diversidad. No sé qué le queda al PSC. Sí, ya nos lo han dicho bien claro: la defensa de sus propios intereses, todo eso de la ciudadanía y los problemas sociales no les va bien ahora. Están de congreso.