Hay quien ya sabe dónde pasará las Navidades, pero eso no es necesariamente una ventaja, cuando menos con respecto a las y los presos políticos, que no tienen el dilema de contar cuántos serán en casa o cómo se tienen que repartir. Es una de las gentilezas de este estado, el español, que cada vez que dice que es de derecho, se aleja más de él, cuando menos de un derecho compatible y, por lo tanto, respetuoso con los derechos humanos, y especialmente de los principios democráticos del derecho. Llamarle derecho a eso, ya sabemos qué significa y el caso de la represión al independentismo es paradigmático.

Sé perfectamente que para muchas y muchos —muchos y muchas más de los que votan a la ultraderecha— eso ha sido un regalo adelantado de las fiestas, pero para mí ha sido una muy mala noticia; no solo con respecto a la Navidad, sino a la vida ahora y más allá de las fiestas. Y no solo porque conozco personalmente a Dolors Bassa y a Jordi Sànchez, sino porque cada acto, cada situación que va en contra de los principios democráticos básicos es una muestra de lo poco protegidos que estamos la ciudadanía —toda, también la que repica de manos enfervorizada con estas actuaciones— ante un estado que ha decidido utilizar las instituciones en favor de una determinada visión del mundo y de la vida, no solo de la política y del mismo estado.

Cada acto que va en contra de los principios democráticos básicos es una muestra de lo poco protegidos que estamos la ciudadanía ante un estado que ha decidido utilizar las instituciones en favor de una determinada visión del mundo y de la vida

Además, todo hecho sin que les tiemble el pulso y ni siquiera se planteen disimularlo. No les hace falta, ante una ciudadanía mayoritariamente acrítica y especialmente embutida de prácticas predemocráticas, tienen carta blanca. Solo tienen que maquillarlo pobremente, torpemente, presentándose como salvaguardia de la democracia, girando argumentos, principios, normas y valores, falseando datos o hechos, o forzando interpretaciones surrealistas siempre que la ocasión lo requiere. Quien saca más partido de esta confluencia son el PSOE y Unidas Podemos, que pueden seguir presentándose como partidos de izquierda ante sus electores sin tener que posicionarse más que mínimamente —y depende del caso, de la persona  y de la ocasión— sobre hechos tan graves. La letanía de los progres, de la izquierda española y españolista —antisistema o no—, del respeto a la ley y a las sentencias y a los procedimientos judiciales, haría reír si no fuera tan grotesca y no tuviera consecuencias tan duras para los y las disidentes. Disidentes de palabra, no hace falta ni de hechos, estos se pueden afinar, según dijo todo un ministro. Y no me refiero solo a los y las escarmentadas del procés, sino a los derechos del conjunto de la ciudadanía. Bastante que se ríe la derecha, ultra o no, con todo eso, y a mí me preocuparía que nos acabáramos riendo de las mismas cosas —ellos y yo—, aunque fuera por motivos diferentes.

Este año me ha pasado por alto que el domingo era el día de la Constitución, solo fue domingo para mí. Es cierto que normalmente ya no lo celebro —aunque recuerdo con la ilusión que la recibimos en casa en su momento—, pero no fue por principio o voluntad política, simplemente, se me fue de la cabeza. Y no fue hasta leer el diario, al acabar el día, que no caí en ello. Solo con los titulares de las manifestaciones ya me bastó. El panorama muy penoso, en todos los sentidos, y una idea bien sencilla para la reflexión personal y/o colectiva: ¿cuál o qué tipo de Constitución necesita símbolos fascistas o ruido de sables para reivindicarla, salvaguardarla o festejarla? Ninguna que yo quiera, ni para mí ni para el resto; no ya del Estado, sino del mundo.