Parece ser que Pedro Sánchez, el presidente eternamente en funciones del estado español, finalmente desenterrará a Franco del Valle de los Caídos, pero de momento ya lo ha sacado a pasear. Pedro Sánchez ha hecho una visita a Barcelona talmente como las que hacía el Generalísimo, de las que os podéis documentar en el NODO, si es que no estabais. Se han producido las mismas fotos, las mismas loas de políticas y políticos “palmeros”, y también ha dejado el mismo regusto en la ciudadanía que entonces. Toda una pantomima indecente en uno de los momentos más críticos no para Catalunya, que también, sino para España.

Hay quien dice que el hecho de estar en campaña electoral es lo que complica todavía más la situación, pero eso no es cierto. El problema no son las circunstancias añadidas; el problema es el posicionamiento antidemocrático de raíz de los partidos españoles y también la función básica y primordial de estos mismos partidos, que no es, en absoluto, hacer grande España, es asegurarse de entrar en la élite del poder.

La violencia, venga de donde venga, la haga quien la haga, sólo conviene a los que no son independentistas, porque es el único argumento que pueden esgrimir para reprimir el movimiento

Barcelona arde, y eso es motivo de ganancias de todo tipo; se lanzan a ellas sin ningún tipo de escrúpulo. Claro, sólo aquellos que no son independentistas declarados. El caso de Ada Colau es del todo paradigmático; no puedo dejar de decirlo, sin duda la revista Time acertó. Colau ha pasado de denunciar los abusos policiales en los desahucios a mirar sin inmutarse, más allá del numerito de pedir paz y diálogo desde el trono de la equidistancia en la que se ha parapetado, como los policías se hacen fotos como si fueran hooligans en las calles de Barcelona. Esta es una de las peores imágenes ―supongo que es un recuerdo de después de haber ganado la batalla― que ha dejado el conflicto y eso que hay de muy duras y de directamente terribles por las consecuencias físicas a personas concretas. Lo es porque muestra claramente como nadie les ha explicado cuál es su papel en un estado democrático y al mismo tiempo lo difícil que será parar los cuerpos uniformados en caso de que decidan no hacer caso de las leyes. De cualquier ley, también de las constitucionales.

Ser alcaldesa o alcalde quiere decir trabajar para la ciudadanía, no hacerse fotos y participar en cumbres; eso sólo va bien para llenar el ego y viajar gratis. Estar delante de una ciudad quiere decir vigilar en cada punto y momento del día que los derechos de la ciudadanía no se vean atropellados, estropeados, violados, especialmente por los funcionarios públicos, por la misma administración. ¿Dónde está la determinación en el esclarecimiento de los hechos y, en primer lugar, la condena de estos hechos enérgica y contundente? Que le parezca que puede pasar de puntillas sobre el tema no quiere decir que la ciudadanía no tenga claro que no la hace.

El independentismo no quiere violencia, lo ha demostrado desde el primer momento. La violencia, venga de donde venga, la haga quien la haga, sólo conviene a los que no son independentistas porque es el único argumento que pueden esgrimir para reprimir el movimiento. Se ha intentado con la sentencia y ni así lo han podido ni documentar ni argumentar. Ahora, en este segundo embate, se están encargando de fabricar el contexto y si hacen falta las pruebas, ante la mirada escenificada como preocupada pero de hecho impasible de las autoridades supuestamente equidistantes. Cuánta miseria ética y moral, cuánta desverguenza y cuánta pérdida de ganancias sociales de la ciudadanía; y todo en nombre de la democracia. ¿De verdad alguien sigue creyendo que todo esto hará grande España?