Ahora lo ha hecho Echenique, pero son muchos y muchas, del mundo de la política pero también de otros campos, los que se han expresado utilizando la misma palabra desde que empezó la emergencia del Covid-19. Según Pablo Echenique, es un “orgullo” que España sea uno de los países que ha decretado primero medidas de confinamiento para detener la epidemia. Daría risa si no fuera que es del todo trágico. Esta España a la que él se refiere ya tiene el número más alto de contagiados y muertes del mundo por número de habitantes.

Hay que tener muy poca vergüenza para hablar en estos términos después de cómo se han desarrollado los acontecimientos, y no me refiero sólo al estira y afloja sostenido con la Generalitat por el tipo de medidas y el calendario a adoptar. Medidas puestas tarde y mal, además mal comunicadas y mal administradas; y encima ahora con el anuncio de su levantamiento, cuando menos parcialmente, esta misma semana. ¿De qué va todo esto? Seguro que de crear un relato de éxito por parte de todas aquellas y aquellos que son de los dos partidos que gobiernan, PSOE y Unidas Podemos, o están a su alrededor, para tapar el más absoluto desastre.

Tener puesto de responsabilidad y sentir orgullo en una situación como la que estamos viviendo es un claro indicador de soberbia, de despreciar el sufrimiento de la población

De hecho, la mayoría de líderes europeos han subido en popularidad con la crisis del Covid-19, excepto Pedro Sánchez y su gobierno. Quizá por eso ellos mismos han puesto en funcionamiento una campaña para darse autobombo en redes y medios y cantar glorias; cosa que sería sólo ridícula si no fuera que comporta la macabra intención de disimular la magnitud de la tragedia. Además, claro —el contexto es el que es—, de arrancar una campaña para difamar y calumniar a la Generalitat, con intervenciones estelares de políticos y políticas de determinados ayuntamientos catalanes. Todo con un único objetivo: sacar los muertos y las muertas de sus hombros y pasarlos sobre aquellos que consideran el enemigo. Todo una orquestación del todo abyecta que deja a enfermos y difuntos, y por extensión a toda la población, del todo desamparados. Hay una gran diferencia entre hacerlo y hacerlo evidente. A determinadas autoridades les interesa más su posición política y, por lo tanto, las próximas elecciones que no las vidas, de todas y todos, es decir, en la terminología oficial al uso, de las españolas y los españoles. Nada nuevo bajo el sol, pero pocas veces tan cruelmente evidenciado.

Tener puesto de responsabilidad y sentir orgullo en una situación como la que estamos viviendo es un claro indicador de soberbia, de despreciar el sufrimiento de la población. No digo que en todo lo que está pasando no se tenga que reconocer algún mérito, seguro más de uno, pero hace falta ver a quién y por qué. En todo caso, más vale desconfiar del autoreconocimiento de méritos, más todavía cuando no va acompañado de una clara asunción de las propias responsabilidades sobre lo que ha pasado y pasa. Este orgullo en forma de autosatisfacción tan próximo a la arrogancia tiene un gran peligro: incapacitar para reconocer y enmendar los propios errores. Justo lo contrario de lo que necesitamos para que la cifra de sufrimiento disminuya y para que el número de víctimas deje de crecer tanto como sea posible.