Que el tiempo es relativo hace mucho que lo sabemos y, en todo caso, lo hemos incluido alegremente al discurso general. Incluso hay quien lo dice sin saber qué significa y, la mayoría, sin ser conscientes de la implicación que —si eso de verdad lo incorporáramos a la manera que tenemos de ver y vivir en el mundo— tendría para todas y todos nosotros.

No tengo ganas de empezar un nuevo año y al mismo tiempo sé que no tiene ningún sentido lo que digo, más después de la frase anterior, pero es que me gustaría poder pasar de año con las cosas resueltas, con temas cerrados, y no es así. Cada vez lo es menos, y mi postura es —lo reconozco— muy poco madura, que no es lo mismo que infantil.

No es este sólo un tema de la pandemia, no quiero dejar de recordar todos y todas las represaliadas que todavía quedan del procés y que parece ya que es una cosa de temporadas pasadas como la ropa que dejamos de ponernos porque ya no se lleva, porque no está de moda. Con la covid, la misma historia, no sólo de vidas que se quedan por el camino, otra vez de derechos perdidos, no ya políticos, que son igual de básicos, sino de vida.

Espero y deseo que este nuevo año recuperemos el control sobre nuestras vidas

Me hago cruces de cómo hemos dejado pasar que nos prohibieran trabajar o salir, o ir a según qué sitios, una y otra vez y que no pidamos las cuentas claras de cuáles han sido los beneficios y las pérdidas de todas estas medidas. Nunca la ciencia ha estado tan lejos de lo que hacemos, aunque parezca todo lo contrario, porque nunca tantos y tantas científicos y científicas son consultados y salen en los medios. Nunca las incoherencias habían sido tan evidentes y las creencias disfrazadas de evidencias tan grandes, tan difundidas, tan aceptadas y defendidas y tan de actualidad. Y este nunca vuelve a ser un concepto relativo.

A mí en el 2020 me pareció mirando atrás, al pasar al 2021, un agujero negro de estos que también hablamos como si los conociéramos realmente; es decir, no sólo de oídas, sino de haber cenado veces con ellos. Necesitaba que el 2021 fuera mejor, y ahora, a pesar de las buenas cifras respecto de la covid en comparación con el año pasado, no me parece que sea así. Y necesito que el 2022 sea mejor, menos espeso y especialmente transparente.

No me puedo quitar la sensación de que sólo estamos parando el golpe y no sé la magnitud que este tendrá. Pero, en todo caso, espero y deseo que este nuevo año recuperemos el control sobre nuestras vidas. Un control que nunca ha sido pleno —vuelve a ser un concepto relativo—, pero que era mucho mayor el año 2019 que ahora; y eso incluye, especialmente, recuperar el control sobre nuestra salud.

¡Feliz año 2022!