No sé cómo habéis pasado vuestra castañada —en ella incluyo a los que hacen Halloween—, pero en la mía la tónica general —aparte de comer panellets, castañas y boniatos— ha sido hablar de la conmoción del cambio de hora. La fiesta —nos lo pasamos muy bien— al día siguiente de haber tocado el reloj ha abierto una oportunidad para hablar relajadamente y no solo pensar individualmente en cómo llego al lunes, es decir me preparo para la semana, el trabajo, la escuela y todo, y no me quedo en el intento.

El resumen, incluso cuando pasamos a tener una hora más para dormir —este es el cambio en el cual a las 3 de la madrugada vuelven a ser las 2—, vamos borrachos de sueño. Puente largo —podríamos decir que las mejores condiciones—, y ni así conseguimos que nuestro cuerpo no sufra la sacudida. ¿No es hora ya que nos planteemos dejar de marear la hora?

El tema no lo puse yo sobre la mesa; todo el mundo es cada vez más consciente —a pesar de pertenecer a grupos de edad diferentes—, del mal cuerpo que nos deja que las autoridades pertinentes jueguen con la hora. Quizás porque ha llegado un momento en que ya no podemos más de decisiones sin sentido, de arbitrariedades sin fundamento y de tradiciones sobrevenidas que nos complican la vida un año tras otro sin que las y los responsables de turno tomen decisiones coherentes.

No hay nada que justifique seguir atrapados en esta rueda más que la inoperancia de los y las políticas de turno.

Ya no toca que en el siglo XXI —con lo que sabemos de cómo funciona nuestro cuerpo, con evidencias numéricas crecientes, de las incidencias negativas lo bastante diversas, a medio y largo plazo, sobre nuestra salud y nuestra vida de vivir en desfase horario respecto a nuestro reloj interno— sigamos viviendo 6 meses del año en una hora y seis meses del año en otra. No hay nada que justifique seguir atrapados en esta rueda más que la inoperancia de los y las políticas de turno.

No solo tenemos que hablar y luchar por la sostenibilidad del planeta, que evidentemente debemos; tenemos que luchar tan encarnizadamente como podamos por la sostenibilidad de la vida en este planeta. Y no solo porque el planeta seguirá, sea como sea; o, cuando menos, tiene muchas más probabilidades de hacerlo que nuestra vida, la de los humanos y humanas en este mismo planeta.

Necesitamos dejar de chapucear la organización horaria del tiempo, y eso no solo incluye dejar de tener horas diferentes a lo largo del año, también fundamentar en la evidencia científica cuál es el horario que más nos conviene. La investigación científica se paga con dinero público mayoritariamente, quizás deberíamos aprovecharlo. Hay cosas que son muy sencillas, que mejoran nuestro bienestar y nuestras oportunidades de vida y que no cuestan dinero, de hecho haría que no se malgastaran. ¿Quién no las deja hacer y por qué?