Mikel es un adolescente de Bilbao que fue enviado al psicólogo del centro por un profesor porque fue a clase con falda. Sí, yo también he pensado al empezar a leer la noticia que era de otra época, pero no es el caso, esto acaba de pasar el día 27 de octubre. No hemos avanzado tanto como nos parece, o en todo caso muy poco. Por suerte para la juventud, cada vez tiene menos sentido la división tradicional sexo/género y eso mismo ya es todo un cambio social que será difícil de obviar.

Solo explicada hasta aquí la historia no da cuenta de la magnitud de la tragedia; y eso que también hubo —o mejor dicho, no faltó— a quien no le pareció bien la ocurrencia y lo hizo notar de manera chapucera. Mikel explicó en las redes lo que le había pasado y de esta explicación surgió una iniciativa que consistía en ir a clase, independientemente del sexo y de la identidad de género, con falda, el día 4 de noviembre. Y aquí el despropósito todavía se hace más grande; no el de las criaturas que aceptan el reto y que acaban siendo muchas y en lugares bastante distantes, sino el de algunos profesores. Antes se decía que las faldas hacen perder la cabeza a los hombres, ahora veremos que hay quien dice que lo que hacen perder es la salud y, en realidad, lo que pueden llegar a hacer perder es la razón.

Un gesto tan sencillo tiene un gran poder revolucionario. Más todavía si se amplía en número y duración, porque se carga este orden social establecido heredado y realimentado incansablemente por miles de soldados de la orden, la razón y el juicio

En el caso del instituto Indalecio Pérez Tizón de Tui, en Pontevedra, hubo amenaza de expulsión a los alumnos que fueran con faldas, y, según el diario El Faro de Vigo, para persuadirlos de la iniciativa esgrimieron argumentos del tipo “se pasa frío", “es antihigiénico” y ”podéis coger el virus”.

Eso sí, estas desgracias solo se daban en caso de que las faldas las llevaran los chicos; no consideraron que en las chicas tuvieran los mismos efectos. Para quien no lo haya entendido todavía, no se trata de la pieza sino de quien la lleva. Esta es la lógica social del género patriarcal. Como las faldas son una cosa de mujeres, en las mujeres no pasa nada, pero si la llevan los hombres, es otro cantar. Da igual que los escoceses o los curas lo hagan, porque, de hecho, las que llevan ya tienen otro nombre para que no haya confusión. Es evidente que el problema no está en los posibles efectos en la salud física —de lo estúpidos que son los razonamientos esgrimidos quedan en ridículo—-, pero hay que mencionar lo que sea antes de tocar lo que es realmente importante: el orden social establecido.

Un gesto tan sencillo, tan pequeño, no es insignificante, al contrario, tiene un gran poder revolucionario. Más todavía si se amplía en número y duración, porque se carga este orden social establecido heredado y realimentado incansablemente por miles de soldados de la orden, la razón y el juicio.

El patriarcado ha podido con que las mujeres se pongan pantalones, ha podido con que los hombres lleven camisa rosa, pero que estos lleven falda son palabras mayores. No fuera que al final realmente la ropa sea neutra respecto del género, los colores lo sean también y así en un largo etcétera hasta llegar a los trabajos y a todas las cosas; e incluso a nosotros mismos.