Hay días extraños, pero últimamente más, y todavía no los hemos visto todos. Resulta que a partir de ahora, y no sabemos hasta cuándo, habrá toque de queda y se hará a la fuerza un cambio que desde el Consejo Asesor por la Reforma Horaria venimos deseando desde hace tiempo: estaremos antes en casa. De hecho, en Catalunya a las diez de la noche, hora que ni siquiera nos habíamos propuesto; como tampoco pretendíamos que fuera una obligación y no un deseo cumplido o una nueva costumbre. En todo caso, una elección, una alegría, una ganancia, una liberación.

Ya lo dicen que todo tiene trampa y la felicidad no es nunca completa. En este caso, porque, por una parte, se hace por imposición —y no de las buenas, si es que puede haber de estas— y, por la otra, porque se acabará el ocio antes, se reducirá la movilidad por la noche, pero no se saldrá antes del trabajo.

Si hay algo que hemos dicho del derecho y del revés, las y los que nos dedicamos de una manera u otra a la organización social del tiempo, es que con respecto a los horarios, o se armonizan todos, y por lo tanto, el cambio es general, o todo el resto de soluciones son un mal remiendo.

Claro que esta disposición actual no tiene nada que ver con la reforma horaria, ni por espíritu ni por proposición. Y también, como todo lo que está pasando en tiempo de la Covid-19 y poniendo como causa, razón o excusa la Covid-19, se hace de espaldas al mínimo conocimiento implementado en cualquiera de los campos de referencia. De aquí, buena parte del desbarajuste y de aquí, también, buena parte del desconcierto de la población.

El horario laboral, aunque puede ser particular en cada caso y ligado a características de la producción o del servicio, lo cierto es que cuelga de una estructura colectiva, la organización social del tiempo, que no puede estar más mal montada

Ya pasó con el trabajo en casa, que no fue implementado desde una planificación, pero ni siquiera se desarrolló, pensó o desplegó una estrategia de acompañamiento —que eso sí que era posible en situación de emergencia sanitaria— aunque fuera mínima para paliar los aspectos más negativos o para minimizar las posibilidades de que la experiencia fuera traumática. El teletrabajo, que en principio tendría que haber sido una buena solución para acortar las jornadas laborales —que recordemos que en el Estado son de las más largas de Europa, especialmente por poco compactadas y por la duración de los desplazamientos al lugar de trabajo—, ha supuesto, según resultado de algún estudio sobre el confinamiento en el Estado, que se trabajara por término medio dos horas más al día. Alguna cosa estamos haciendo muy mal; más de una, diría yo.

Tenemos un nudo importante con el trabajo y el lugar que ocupa en nuestras vidas, aunque ahora, que tanta gente ve peligrar el suyo, cueste de decir. Del trabajo, lo primero y más importante es tenerlo, pero lo segundo y también importante es tenerlo en buenas condiciones y estas pasan por el sueldo, sin duda, pero también por el horario del mismo. Y este horario, aunque puede ser particular en cada caso y ligado a características de la producción o del servicio, lo cierto es que cuelga de una estructura colectiva, la organización social del tiempo, que no puede estar, en Catalunya y España, más mal montada.

Por eso entiendo la preocupación de los espacios de ocio con el nuevo horario, aunque desde el punto de vista de horario laboral no puede ser mejor, ciertamente siempre y cuando se llenen las salas. Veremos qué pasa y hasta qué punto una imposición se puede convertir en una ganancia, en una oportunidad de vivir mejor. Ojalá sea así. En todo caso, lo que está claro es que con o sin Covid-19 no hace falta salir o quedar hoy y volver mañana.