Corre por la red un chiste en el que la pregunta más difícil de la selectividad es la que va sobre identificar las fases del desconfinamiento decretadas por el estado español. La broma es fácil. No diré que las cosas se podían haber hecho mejor porque es obvio, y no lo digo en el sentido de que siempre todo se puede mejorar. Lo que sí diré es que las cosas se podían haber hecho bien, mínimamente bien: coherentemente y con transparencia. Transparencia sin ningún tipo de adjetivo, porque si lo lleva, ya no lo puede ser de verdad; transparencia sólo hay o no hay.

Por eso, cuando veo fotos de las aglomeraciones durante la desescalada en zonas de fase 0 o 0,5, no me es tan fácil culpar sólo a la ciudadanía de la falta de conciencia que requiere la situación. Aparte de tener clara la necesidad imperiosa de salir de casa para algunos y algunas, o en todo caso de poder sentirse mínimamente libres con la ilusión que, en este sentido, proporciona la libertad de movimiento.

Para empezar, es difícil interiorizar y respetar la norma si no puedes confiar en quien diseña las directrices. Y no lo digo en los términos que está utilizando el PP respecto de la “manía" del gobierno a la comunidad madrileña —falacia donde las haya—, no sólo porque a causa de no querer señalarla como foco al principio de la epidemia hemos llegado donde hemos llegado en el conjunto del territorio español, sino porque estoy segura de que hay razones objetivas para que sea precisamente esta comunidad tan duramente castigada la que tenga que tomarse con más calma el desconfinamiento. Aunque tengo que decir que si no es así, igualmente ha valido la pena ver al barrio de Salamanca salir a la calle a protestar.

Espero que sepamos pronto quiénes son los miembros del comité fantasma, no podemos dejar que cualquiera juegue con nuestra salud y con nuestra vida

Ahora bien, cómo se puede, en cualquier caso, y más en democracia, tener confianza y hacer tuyas unas normas que no sabes quién dicta y por qué las dicta —aunque alguien las comunique—, porque no tienes ni idea en base a qué criterios se han tomado. Además, explicadas con tanta vacilación, con tan poca claridad; tanto en la defensa de la idoneidad de las mismas como en su aplicación. No hay nada peor que pensar que las cosas son improvisadas, o que no tienen un criterio claro detrás o que el que las explica y/o el responsable de las mismas no es competente en la materia. Todo, y todavía más, lo que nos pasa por la cabeza cuando vemos al gobierno español —sea quien sea, incluso aunque no estén los cuerpos de seguridad del Estado—, comunicarnos qué tiene que hacerse y cuáles son las medidas tomadas. No es en absoluto casualidad que Pedro Sánchez sea el único presidente europeo que no ha sacado rédito político —si tenemos que hacer caso de las encuestas de popularidad— de la lucha contra la Covid-19.

Con eso ya sería suficiente, pero, además, tiene que añadirse en el caso del estado español la opacidad recalcitrante, incluso, defendida como deseable y buena por parte del Gobierno en la gestión de la crisis. Decir que no se puede hacer público el nombre del comité de expertos que asesoran y, por lo tanto, supuestamente dictan las normas para la desescalada del confinamiento para protegerlos, es, aparte de ilegal, tan ridículo que se convierte en un insulto a la ciudadanía y al mismo comité. Precisamente, de cualquier comité asesor lo primero que se publican son los nombres y apellidos de los integrantes porque es su fama y reputación profesional lo que avala su consejo y, por lo tanto, también, el diagnóstico hecho y las medidas propuestas. Al mismo tiempo es de obligación en democracia publicar el nombre para poder controlar intereses de grupos o colectivos determinados y/o la falta de competencia de los integrantes para emitir según qué dictámenes. Espero que sepamos pronto quiénes son los miembros del comité fantasma, no podemos dejar que cualquiera juegue con nuestra salud y con nuestra vida. Aunque, conociendo la democracia española, la cosa puede ir de no saberlo a saber que no existe; o que nos digan, por separado o todo al mismo tiempo, una mentira y todo siga igual.