Éramos 6 en un coche ―de siete plazas, lo especifico, no sea que nos llegue en diferido una multa― y, ni siquiera, todos nos conocíamos. Fue quien pudo de cada casa, cinco en este caso; acompañados de un montón de encargos de conocidos que pidieron que gritáramos también por ellas y ellos. Fuimos porque había que ir, y como cada vez lo organizamos de la mejor manera posible para compatibilizar la vida que tenemos con la movilización permanente y sostenida que requiere la situación. Así funciona una buena parte del pueblo catalán: pagándonoslo del bolsillo y sacándonoslo de las costillas. La mayoría yendo y viniendo en un mismo día porque no podemos alargarlo, pero no pensamos dejar a los presos solos. Todas y todos somos ellos y ellas. Vamos por ellos y ellas, por nosotros y por las y los que no pueden ir. Lo tenemos muy claro y no pensamos permitir que nadie dude de nuestra firmeza y de nuestra determinación a seguir adelante con el proceso de autodeterminación. A más tropiezos, más abusos y más vulneración de derechos, más somos y más decididas y decididos estamos.

No disfrutamos con la situación, ni nos alimentan los ataques, tenemos trabajo y no podemos dejar de hacerlo, vivimos de nuestro trabajo, no de la protesta; pero no tenemos más remedio que asumirla cuando los mecanismos establecidos en democracia no son respetados. Queremos votar y que se respeten las votaciones; queremos que los representados políticos no vayan a prisión por cuestiones políticas, queremos que vayan por corrupción y malas prácticas. Todo lo contrario de lo que pasa en el estado español. Por mucho que alardeen algunos de que si nos podemos manifestar es porque estamos en una democracia, esta no es precisamente la prueba de la misma. Cuánta ignorancia, o cuánta mala fe; y no sé qué es peor, si una cosa o la otra.

Queremos votar y que se respeten las votaciones; queremos que los representados políticos no vayan a prisión por cuestiones políticas, queremos que vayan por corrupción y malas prácticas

Aparte de la ausencia de titulares, lo que más me ha llamado la atención han sido aquellos medios que han resaltado ―con un punto de incredulidad― la absoluta normalidad con la que había transcurrido la jornada. De hecho, hubo algún incidente grave, no recogidos por todos los medios, pero en general fueron de poca importancia. A nosotros mismos nos increparon recordándonos que estábamos en España ―cosa que tenemos muy clara, y por lo tanto era innecesaria― y dos señoras que paseaban por el centro, disfrutando de la tarde madrileña, nos desearon que viniera Vox a zurrarnos.

No fue agradable, pero tampoco peligroso, aunque tengo que decir que ni yo, ni el resto del grupo, las teníamos todas hasta que llegamos al Paseo del Prado. Me parece que de nuestro lado nos preocupaba cómo se podía cristalizar el odio a los y las catalanas que se ha ido atizando sin miramientos por no pocas y pocos políticos y ha sido amplificado por determinados medios de comunicación. De la otra, supongo que de tanto oír hablar del “tumulto” y de la violencia de los independentistas, los que sabían que se tenía de producir ―la mayoría, mal informados, ni noticia tenían de la manifestación― quizás pensaban que quemaríamos Madrid. Estoy muy contenta con que no pasase nada, y no lo digo por ciertos grupos que vi cuando bajábamos por la Gran Vía, sino por la mirada de los policías ―especialmente recuerdo una en concreto― que cortaban la calle.

Sé que tenemos ya muchos días inolvidables, pero este será uno seguro; para nosotros, la Cibeles no volverá a ser la misma. Ahora bien, España sigue decidida a estar de espaldas al procés, menospreciándolo e invisibilizándolo; contándolo en números y contándolo en palabras tan mal como pueden para no reconocernos, no sólo a nosotros, sino el mismo principio de diferencia, de diversidad, y de respeto a la libertad de decidir quién y qué quiere ser cada uno. La democracia española necesita hacerse mayor para poder librarse de las tutelas que la tienen prisionera; y no sólo me refiero a los cargos vitalicios.