​Realmente hay personajes curiosos, y no se puede negar que Ada Colau es uno de ellos. La conocí en la radio cuando salía su nombre por todas partes, ligado a la defensa del derecho a la vivienda, y no entendía por qué no notaba ningún tipo de feeling por mi parte hacia su persona, cuando estaba de acuerdo con la mayoría de cosas que decía. Me pasaba cada vez que coincidíamos; ella no se debe acordar en absoluto de mí, yo sí. Y no lo recuerdo porque se haya hecho famosa ni porque sea la alcaldesa de Barcelona, sino por la insatisfacción personal que me generaba cada encuentro, ante mi propia falta de capacidad de explicar el porqué de mi prevención.

A ciencia cierta que no me lo estoy en absoluto inventando porque me convenga ahora —hablé de esto en más de una ocasión en su momento—, ante la deriva del personaje. No me imaginaba que Ada Colau tomaría este rumbo —de hecho, me hubiera gustado que no pasara—, y querría poder hablar de ella en términos elogiosos. Ciertamente me la creía cuando decía que no quería entrar en política y recuerdo cómo se reía de mí otra tertuliana, evidentemente, mucho más lista que yo.

Pero no es este el tema clave, todo el mundo puede cambiar de idea, solo faltaría, y precisamente la entrada en política para revolucionar el panorama era, desde mi perspectiva, muy positiva. Pero claro está, una cosa es el anuncio y la otra el producto real. Tal como hemos aprendido de la publicidad. Colau no tiene nada de revolucionaria, de hecho, es más carca que carca; eso sí, disfrazada de todas las apariencias que tienen algún reclamo de realidad transgresora.

Pero en todo caso, la cuestión es de dónde partía y a nombre de qué entró en política, aparte de la adscripción ideológica —ya solo supuesta—, del partido al que representa. La degradación del ideario democrático de Colau ha llegado a un extremo que no es que sea preocupante, sino que es directamente peligrosa. Ya escribí en su momento que Manel Valls, el volandero por excelencia de la política, hizo una jugada maestra porque sabía que Ada Colau era la mejor garante del mundo que él defendía. Os recuerdo, en aquel momento, bajo la bandera de Ciutadans y después de una campaña memorable contra la alcaldesa Colau.

Si a alguien todavía le quedaba alguna duda, ahora Colau ya lo ha dejado bien claro, haciendo gala, además, de la inhibición que la caracteriza: votar es una tontería. Supongo que votar sí que se tiene que hacer cuando tiene que renovar cargo ella, no sé si lo ha aclarado. Quizás todavía nos sorprende con algún mensaje corto y adecuado al clima comunicativo actual en el que señale cuáles son las buenas y cuáles las malas. Me refiero a las votaciones. De momento ya ha dejado claro que el referéndum que ella defendía con un doble sí, es de estas últimas.

La argumentación de manual populista y demagógico del tipo "con la de cosas importantes que hay en la vida", "con todo lo que está pasando", no deja lugar a dudas. Valls lo vio claro, y, quien, a pesar de todo, siga sin verlo así, es que le debe convenir mucho.