Hace cuatro días que solo veo titulares hablando de la repercusión que el frío tiene y tendrá en el precio de la luz y lo que eso costará a nuestros bolsillos. Si no piensas, todo tiene lógica y, como lo explican con cifras, todavía parece más incontestable. Lees que hay más demanda y hay que producir más y además de manera diferente —lo que también repercute al alza en el precio del gas— y todo hace que la energía sea más cara y, por lo tanto, pagaremos mucho más en nuestros recibos. En porcentajes, y según dónde pongamos el umbral de comparación, y si acumulamos o no, de un 20 a un 40%. Todo un desastre para empezar el año, un año que viene cargado de nieve y frío, cuando menos estos primeros días.

La explicación se presenta muy técnica, muy sensata, muy científica, pero, ciertamente, es mentira, a pesar de la verosimilitud que le dan medios de comunicación, expertos y políticos. No hace falta que salgan ni las propias empresas a justificarse, el trabajo ya lo hacen los otros. Como mucho, alguna noticia crítica sobre los abonados, que quiere decir ciudadanas y ciudadanos, que están sin luz y enterrados bajo la nieve, y que no tienen respuesta del servicio a pesar de, incluso —como en el caso del alcalde de Arnes—, haber pedido con antelación, por prevención y precaución, medidas alternativas que en ningún caso se han proporcionado.

El precio al que pagamos la energía tiene que ver con lo que políticamente se ha hecho con los suministros básicos en el estado español

Todo sirve, en todo caso y como mucho, para seguir alimentando el discurso de cómo son estas compañías, en el sentido del mal servicio que dan, y de cuán poco preparados estamos, aquí, para las condiciones de tiempo extremas. Nada que no sea cierto, pero vayamos al fondo del problema. El precio al que pagamos la energía no tiene que ver con todos estos aspectos tan detallados que nos ofrecen, cuando menos principalmente; tiene que ver con lo que políticamente se ha hecho con los suministros básicos en el estado español. Y no ahora, ya hace muchos días.

No lo digo solo por la de impuestos que pagamos y que se añaden a las facturas en nombre de no sé cuántas cosas. Recordad, sin ir más lejos, el caso del proyecto Castor, que pagaremos en el recibo del gas años y años cada uno de nosotros y nosotras y que ya ha cobrado Florentino Pérez gracias al gobierno español. No lo digo solo porque tendríamos que estar calentando de manera autónoma, sin compañías que nos ahogaran, a partir de las grandes horas de sol que podemos acumular en esta parte del mundo en la que vivimos; y no solo no es así, sino al contrario, aquí el gobierno español pone impuestos al sol. No solo lo digo porque las leyes del mercado son unas u otras según el pacto social que se establece, según el tipo de mundo que se diseña para la convivencia, como país; y eso se hace en la política en general y desde el gobierno en particular. Lo digo porque la historia de la democracia en el estado español ha sido la historia de la construcción de las bases para una redistribución de la riqueza que lo único que asegura es, detrás de grandes propagandas de todo tipo y modo según el gobierno de turno, el empobrecimiento cada vez mayor de la mayoría de la población.

Los y las ciudadanas de este estado nos hemos acostumbrado a ver a exministros y exministras y a expresidentes, del PP y del PSOE, ocupando asientos en los consejos de administración de todo tipo de grandes empresas, también o especialmente, de las energéticas. Nuestro frío es el resultado de su bonanza, la de unos y otros. No es casual, es el sistema de enriquecimiento para unos y depauperación para los otros que tan buenos resultados ha dado en un país que todavía ahora se presenta como modelo de democracia. Lo más triste es que es cierto que esto se ha hecho bajo su nombre.