Ayer el Govern de la Generalitat anunciaba que el XXXIII Premi Internacional Catalunya es para Judith Butler, una pensadora social que tiene un gran reconocimiento mundial, tanto por la obra publicada en temas primordiales de nuestra ―en un sentido global― sociedad, como por su activismo contra la discriminación y la desigualdad. Que es una figura que lo vale no cabe duda, más todavía por la controversia que genera, resultado de su capacidad para sacudir el mundo "dado por sentado" en el que vivimos.

Ciertamente, se la ataca mucho más por sus contribuciones feministas que por ninguna otra de sus líneas de análisis social. El feminismo es subversivo por naturaleza. No en el sentido que se le quiere atribuir socialmente desde el patriarcado, sino precisamente por lo que se le niega. El feminismo es uno de los caminos más directos, más efectivos, para cambiar el mundo en el que vivimos; para deshacer desigualdades y discriminaciones sociales a gran escala.

Es por esta misma razón que el feminismo recibe tan mala prensa, y el propósito de este desprestigio es muy claro: aumentar la resistencia a identificar el feminismo con la igualdad. Hay quien ya lo sabe y ya le va bien; hay quien, todavía, no ve la trampa. Los segundos no son tan peligrosos como los primeros. Si una sociedad no es feminista, no puede ser demócrata; por lo tanto, empecemos a preguntar a nuestros compañeros y compañeras por qué no son feministas, en vez de tener que seguir explicando por qué lo somos nosotras. No defendamos, en el sentido de justificación, aquello que no necesita defensa.

Es más fácil hacer ver que quieres cambiar el mundo pero no tocar nada fundamental, que cambiarlo de verdad

Es importante que cambiemos la perspectiva, porque los embates "ideológicos" cada vez son más fuertes y vienen de más frentes diferentes. Los que no tienen otro trabajo, o escogen de entre sus trabajos desprestigiar el feminismo, no están ―todavía― a nuestro alcance, sin embargo, ¿y el resto? ¿Toda esta zona gris, es decir, equidistante ―que no quiere decir otra cosa que se lo miran desde la barrera y que ya les va bien como están las cosas a pesar de que digan que no―, tienen que seguir tan tranquilos o tenemos que pasar a interpelarlos directamente?

No dejemos que les salga gratis disimular. No se lo pongamos tan fácil: los vemos, no sigamos fingiendo que no es así. Si te has hecho ecologista, pacifista, y todos los istas que tienen patente social de mejora del mundo, ¿cómo es que no te has hecho feminista? Yo sé la respuesta y la mayoría también. Es más fácil hacer ver que quieres cambiar el mundo pero no tocar nada fundamental, que cambiarlo de verdad. Sólo el simple hecho que se acerque la posibilidad ya hace que la tierra te tiemble bajo los pies; que no quiere decir otra cosa que no estás dispuesto a no saber qué lugar ocuparás en la nueva sociedad si ya te está bien lo que tienes ahora. Qué fácil es la solidaridad teórica o lejana, que para el caso es lo mismo, y qué difícil la de kilómetro 0; es decir, la solidaridad con la mujer que tienes al lado en casa, en el trabajo, en el vecindario, en el partido político, en el sindicato, en la ONG... Porque lo que nunca se confesará es que mientras esta mujer está debajo, tú estás arriba. Y arriba, aunque sea sólo en un pequeño peldaño social, siempre se está mejor que abajo.

Me he puesto muy contenta al ver el premio y poder pensar que este gobierno quizás sí que se ha tomado seriamente el feminismo, pero sigo siendo prudente, porque ahora se ha puesto de moda en la izquierda hacerse feminista o más feminista que nunca como distracción de otros aspectos fundamentales que también son imprescindibles para conseguir una sociedad mejor, que siempre quiere decir de iguales. ¡Salud y república feminista!