Este fin de semana hemos cambiado la hora y nos lo hubiéramos podido ahorrar. Desde mi perspectiva, y desde la de muchas y muchos entendidos en la materia, este siempre es un mal momento, pero, ciertamente, este en concreto no se podía dar en una coyuntura peor.

No pienso sólo en el personal sanitario o en todos aquellas y aquellos, del sector que sea, que trabajan en turnos forzados dado el estado de emergencia en el que nos encontramos. Pienso en los efectos que tiene para toda una sociedad confinada el tan inútil como perseverante cambio de hora. Sé que nos ha permitido hacer alguna broma con que el confinamiento del domingo tuvo una hora menos, pero ni eso ha hecho fortuna.

Y es que precisamente el Covid-19 nos ha dejado claro que la vida va por un lado, y la organización económica y política por otro. La epidemia nos ha encerrado en casa y los argumentos de siempre ya no sirven. De hecho, ya no servían por caducos antes de que todo eso empezase, pero la nueva situación ya no permite justificarlos de ningún modo. Parece un mal chiste que ahora que nos ahorramos el jet lag de los viajes, encerrados en casa como estamos tengamos que sufrir de jet lag social. Hemos perdido del todo el juicio si no nos queda claro que las rutinas, el hacer cosas por tradición, no tiene ningún tipo de sentido; más todavía cuando ya no se aguanta ningún argumento económico para avalar el cambio de hora. Menos que nunca tiene algún sentido separarnos del horario solar porque desde el punto de vista científico está más que comprobado las disfunciones que genera en nuestra salud y bienestar. Disfunciones de todo tipo con respecto a la prevalencia de enfermedades y también con respecto a consecuencias económicas, ligadas a la rentabilidad de los y las trabajadoras, negativas.

Menos que nunca tiene algún sentido separarnos del horario solar, porque desde el punto de vista científico está más que comprobado las disfunciones que genera en nuestra salud y bienestar

Sé que en las encuestas que se hacen, por otra parte la mayoría sin base fiable, salen ganando tanto el horario fijo, es decir, el no cambio de horario a lo largo del año, como la implantación del horario de verano. Y en este segundo aspecto es en dónde se ve la gran desinformación en la que vivimos. El horario de verano es del todo perjudicial para nuestra salud y sería del todo insostenible aplicado todo el año. ¿De verdad sobreviviríamos en un régimen horario en que en invierno no amaneciera hasta las 9:15 de la mañana? ¿Desde cuándo levantarse de noche o ir a trabajar de noche es la mejor de las opciones? Sólo hay que preguntarlo, si es que no somos capaces de verlo, a los trabajadores y trabajadoras que lo tienen que hacer. Tenemos que tener luz por la mañana y no por la noche; tenemos que conciliar el horario social con nuestro reloj biológico interno. Y si automáticamente os viene a la cabeza lo agradable que es que el día sea más largo en verano, pensad por qué nos gusta tanto y os daréis cuenta de que es porque volvemos tan tarde del trabajo que necesitamos la ilusión de que tenemos más horas para nosotros.

Cambiémoslo, digamos basta y dejemos atrás el espejismo para pasar a una realidad en la que la organización horaria se racionaliza y podemos llegar, tanto en verano como en invierno, más pronto a casa. Hagámoslo por nosotros y por nuestros hijos e hijas. Hagámoslo para vivir mejor, hagámoslo para aumentar nuestro bienestar y nuestra felicidad, de manera individual y colectiva. Ahora es la hora de tener claro que el cambio de hora no nos va bien, el Covid-19 nos ha dado pocas oportunidades para celebrar nada, pero si aprovechamos la ocasión, todavía podremos sacar algo bueno de todo esto.