El año no podía empezar peor para algunos, vista su reacción desaforada ante el resultado del Sorteo del Niño. Sí, ha tocado en Barcelona, y en otros pueblos y ciudades catalanas, de una manera lo bastante generosa como para que se pueda decir que el premio se ha quedado en Catalunya. Y eso hay quien no lo ha entendido y quien no lo ha podido digerir, ni podrá hacerlo fácilmente, con o sin ayuda.

Las reacciones han sido diversas, he visto algunas directamente rabiosas y otras que se escudaban tras la socarronería o la indiferencia para esconder el escozor que les ha producido este golpe de suerte del 2019 en tierras catalanas. No nos engañemos, toque a quien toque, siempre a los que no nos ha tocado la decepción se nos nota a pesar de compartirla con la alegría de los premiados. Especialmente porque los medios siempre explican historias enternecedoras y porque ver a gente tan y tan contenta, quieras que no, se contagia.

Ahora bien, para muchos que se autodefinen como españoles, visto los comentarios que he podido leer, esta ha sido una afrenta más de los catalanes hacia los españoles. No entiendo cómo eso puede ser así, porque se supone que si todos jugamos, a todos nos puede tocar por igual, ¿o no?

Lo primero que me ha venido a la cabeza es pensar que quizás se han acostumbrado tanto, han normalizado tan bien, que a los catalanes se nos puede tratar de manera diferente, de hecho, que se nos tiene que tratar diferente ―como ejemplos, desde los presupuestos y las inversiones del Estado al arte de Sijena y las autopistas, por no hablar del 155―, que daban por hecho que el “bombo” de los premios también nos discriminaría y nos dejaría fuera del reparto. De aquí la sorpresa y la incredulidad. Pero la cosa va más allá, no es tan simple la respuesta.

¿Que no saben que el Estado, y por lo tanto sus representantes, sólo administran el dinero que es de la ciudadanía? ¿No han pagado de su bolsillo el décimo o décimos que han comprado?

Esta razón, si es que es válida, no sirve para explicar todos los comentarios, dado que muchos se han centrado en la incongruencia que encuentran en que alguien que se autoproclama catalán y/o independentista ―aquí la diferencia no siempre está clara― corra a cobrar “dinero español”; dicho así directamente o de maneras diversas, pero con el mismo significado. Y, he pensado, no soy malpensada por definición, los que así se expresan quizás no saben que España no tiene dinero, a no ser que cuenten con el de alguna fortuna personal o alguna institución en concreto que ahora mismo no sé cuál puede ser.

No entiendo la relación que bastantes personas establecen entre el dinero del Estado y el Estado, o los políticos, o, en este caso, directamente, el territorio con respecto a la propiedad del mismo. En una dictadura, de acuerdo que se pueda producir la confusión, y ni así; pero en una democracia no se puede decir disparate más grande. Bueno, siempre se pueden decir más grandes, como por ejemplo, para quedarme en el mismo día, que sea el ejército el garante de la democracia. Pero no nos desviemos del tema. ¿De dónde piensan que sale el dinero, o de quién? ¿No pagan impuestos los que se expresan en estos términos? ¿Que no saben que el Estado, y por lo tanto sus representantes, sólo administran el dinero que es de la ciudadanía? ¿No han pagado de su bolsillo el décimo o décimos que han comprado?

En todo caso, ¿que no pagamos impuestos los que vivimos en Catalunya? Diría que muchos, tanto directos como indirectos, por lo tanto, eso de que el dinero es español o de los españoles ―utilizando el concepto como opuesto a ser catalán―, o de España, no tiene ningún tipo ni de sentido ni de fundamento. Es más, a mí no me preocupa que se hagan las cuentas bien hechas, porque sospecho, y sólo deseo equivocarme, que no somos deudores, sino al contrario, somos aportadores netos al conjunto del estado que compartimos. Claro que, pensándolo bien, tampoco es culpa del todo de la ciudadanía, porque han oído tantas veces a políticos expresarse en estos términos y a otros callar para no desmentirles que se lo han acabado creyendo.

Mi más sincera enhorabuena a todas y todos aquellos a los que ha tocado un pellizco grande o pequeño; vivan donde vivan, sean quienes sean y piensen lo que piensen.