Cada año antes de empezar el nuevo curso escolar hay nervios. No solo, aunque especialmente, en las familias que tienen criaturas, sino en general, porque, de hecho, la escuela marca en buena medida nuestro tiempo social. Este año las incertidumbres van más allá de las desazones familiares de conciliación habitual -tanto del núcleo familiar como de la familia extensa- porque la incertidumbre tiene un alcance completamente diferente tanto en tiempo como en los ámbitos afectados.

Este curso no quedan quince días para poder atar horarios, este curso quedan muchas preguntas sobre cuántos escenarios se pueden prever, qué soluciones serán factibles y, por encima de todo, si realmente hay algo que se pueda planificar de avanzadilla.

La incertidumbre está al orden del día y si no hemos podido, hasta ahora, acostumbrarnos a ella para convivir con tranquilidad es necesario que nos pongamos a ello. Nos pasa por la epidemia de la Covid-19 pero no únicamente. Las afectaciones no tienen nada que ver entre países y no hablo solo del número de casos que se contabilizan; hablo de las consecuencias económicas y sociales. En nuestro caso la incertidumbre es mucho mayor porque las condiciones del país no son las mejores. El sistema educativo es un ejemplo paradigmático de ello.

Ahora más que nunca nos iría muy bien que la inversión en educación hubiera sido mucho mayor. Que el número de alumnos por clase sea menor no es una necesidad nueva para evitar que el contagio crezca o se acelere; se necesita ya de hace muchos años para que el aprendizaje de las criaturas se dé en condiciones óptimas. Lo mismo pasa con respecto al número de profesorado y de recursos de diferente naturaleza.

Al mismo tiempo, como sociedad no hemos resuelto como vivir y trabajar de manera harmónica y por lo tanto la escuela es un eslabón imprescindible para conseguir que los ingresos familiares no se vean afectados por la crianza. El cierre tan precipitado y poco mesurado de las escuelas en marzo ha puesto a muchas familias en una situación de estrés económico muy importante. Que no lo parece porque es atomizado, pero de una afectación mucho mayor que el futuro cierre de empresas del sector de la automoción.

Evidentemente, el estrés también ha sido personal, principalmente de las mujeres, y familiar, con consecuencias directas en la salud de una parte importante de la población, incluidas las mismas criaturas. Y, evidentemente, no ayudan nada todas las imprecisiones que nos regalan las autoridades competentes. La incertidumbre se convierte fácilmente en miedo por culpa de tanta falta de concreción, de tanta contradicción entre ministros, de tantas vaguedades sobre lo que pasará en caso de que se pongan en cuarentena criaturas o escuelas enteras. Y todavía podría no ser así si la poca confianza que hemos de tener en las ayudas que se estipulen por parte de la administración del estado la pudiéramos mantener sobre el pago de las mismas, pero todos sabemos qué ha pasado con los ERTE y lo que está pasando con el ingreso mínimo vital.