No sé si las niñas y los niños todavía hacen la carta a los Reyes Magos. Las cosas han cambiado tanto este último año en tantas cosas, y como no tengo niños pequeños alrededor, no sé cuáles han sido las adaptaciones y consecuencias del coronavirus en este campo. A mí me gustan tanto las tradiciones como las innovaciones y, por lo tanto, bienvenidas sean estas últimas. Pero, en tiempo de tanta confusión —y no solo porque respirar dentro de la mascarilla nos mate células del cerebro—, me preocuparía, por ejemplo, que no se distinguiera entre tipos de reyes. Igual que las tradiciones no son buenas por el hecho de serlo, las innovaciones tampoco; y, a veces, en vez de avanzar vamos todavía más atrás.

En España ya sabéis que la bandera se pone en los lugares más insospechados —el más reciente, de momento, en las vacunas— y la unidad y los símbolos por excelencia de la españolidad están tan al alza que se aprovecha cualquier oportunidad para lucirlos; y, además, y lo que es más importante, nadie señala los desvaríos para no ser tildado con algún “ista” despreciable. Y hemos de tener presente, también, que en catalán les llamamos de Oriente, a los Reyes, que no es una cosa que hoy por hoy tenga buena propaganda. Quizá nos salvará que en castellano son Reyes Magos y con esta etiqueta no solo no hay miedo a la subversión, sino que la magia parece que está asegurada de partida.

Ya sería el momento de que los hombres que tienen hijas e hijos realmente hagan de padres con todas las consecuencias y con la implicación que eso pide

De todos modos y sin embargo, no las tengo todas conmigo, y espero que las niñas y los niños no hagan la carta a los Reyes de España y que tengan clara la diferencia entre unos y otros. Que sepan en todo caso que no todos son iguales, del mismo tipo o especie —a no ser para descubrir que todos son de pega— y que los de España no solo no nos regalan nada —ni cuando lo parece—, sino que los tenemos que mantener todas y todos nosotros, incluidos los propios niños y niñas.

Muy mal negocio es este, y yo, que hace años que no hago carta a los Reyes más que simbólica, quizá me animo en este sentido a pedir que nos caiga como sociedad la venda de los ojos, y no haya más gobiernos en este estado que se atrevan y puedan llamarse de izquierdas y no proclamen la república. Tiro por la opción de la magia, dado que constato que a los y las votantes de los partidos en cuestión no les parece este un tema primordial para cambiar el mundo de miseria en el que vivimos. No se puede estar más ciega o más ciego, o no se puede estar más desinformado; a no ser que lo que se esté es comprado.

Pero, vaya, me ha salido una introducción mucho más larga de lo que quería, porque la carta a los Reyes que hago es a los reyes de casa, y no a ninguno de los otros; por eso no he puesto en el título también a las reinas. Los reyes de casa son los hombres, en todas sus edades y condiciones. Ya sería el momento, ahora que además se ha puesto en marcha el nuevo permiso de paternidad, que los hombres que tienen hijas e hijos realmente hagan de padres con todas las consecuencias y con la implicación que eso pide. No tengo pretensión uniformizadora —sé que hay muchos tipos tanto de padres como de madres—, pero por eso mismo no entiendo que en este alegato de la diferencia tan de moda no se ponga sobre la mesa que en el caso de los hombres con hijas e hijos en comparación con las mujeres con hijos e hijas estas siempre hagan mucho más por las criaturas. Ya lo sabíamos de antes, pero la pandemia nos lo ha dejado más claro todavía. Ahí están las cifras. Es vergonzoso y solo de vosotros, hombres del siglo XXI, dependerá que mis palabras no sean ciertas en el futuro; porque las medidas adoptadas, como siempre, anuncian un paso adelante, pero se acompañan de una puerta de atrás para que nada cambie. A ver qué pasa.