Nací el año 1965, es decir, del baby boom, ahora conocidas y conocidos como boomers, y estoy hasta las narices de toda esta izquierda española y españolista —aunque disimule, cuando le conviene, esta segunda adscripción—, que no deja ni dejará nunca que levantemos cabeza. No hay derecho de que cada vez que están en el poder nos roben la oportunidad de avanzar en acortar desigualdades, pobreza y polarización social.

Me empezó el enfado —ciertamente, no es nuevo— a partir del "mal día" del ministro de Inclusión —para más inri— y Seguridad Social; así lo llamó el mismo Escrivà al día siguiente. Aunque, de hecho, él no tuvo ningún mal día, sino que sencillamente soltó aquello que le rondaba por la cabeza: es decir, nada de bueno para nosotros. O lo que es lo mismo, cualquier cosa que joda a la clase trabajadora española, entre la cual todavía me tengo que contar, y que no perjudique en ningún caso a los ricos y poderosos y todo quisqui que tiene sentándose en la corte española.

De la solidaridad a la española estoy hasta las narices y que no se respeten mis derechos fundamentales en nombre de la solidaridad todavía más. Pero que encima me los nieguen porque resulta que somos demasiados...

Escrivà dijo que los nacidos entre el año sesenta y 1975 tendríamos que trabajar más, es decir, dos años más para poder jubilarnos, o cobrar menos de pensión —ya veremos si no las dos cosas—, porque como somos de una generación muy numerosa no se podrá pagar nuestra pensión. En el mismo discursito intercaló la palabra solidaridad, que siempre queda bien para asustar a los incautos o las incautas que no quieran quedar mal, es decir, de insolidarios, avaros o cualquier otra maldad católica con la que acojonarnos moralmente y anular nuestra capacidad de razonamiento. No quiero pensarlo, pero también se decía que las y los abuelos eran una carga y muchos ya no están; a ver qué pasará con nosotros.

De la solidaridad a la española estoy hasta las narices y que no se respeten mis derechos fundamentales en nombre de la solidaridad todavía más. Pero que encima me los nieguen porque resulta que somos demasiados —cosa que es lo mismo que decir que sobro—, si no estuviéramos en España, sería una cuestión de dimisión fulminante y de juzgado de guardia. En este estado, sin embargo, más vale ir con cuidado y no pasar por el juzgado en caso de pertenecer a cualquier colectivo discriminado; la última gran resolución, la de la pancarta de Vox en referencia a los MENA, lo ha vuelto a dejar bien claro.

Ayer otra, no sé si más bestia, en todo caso, en la misma línea, ahora no desde el PSOE sino desde de Unidas Podemos, pero en todo caso del mismo gobierno. La viceministra tercera Yolanda Díaz ha asegurado que la reforma laboral que preparan es tan marxista "como la que recomienda el Papa, Biden o la Comisión Europea". No sé qué es la reforma, aparte de muy participativa por la colaboración de los agentes sociales, cosa que parece que lo arregla todo. Sin embargo, sea lo que sea su reforma, no veo lo más adecuado defenderse de las acusaciones asegurando que, en todo caso, marxista no es. ¿Pero qué es eso? Me paso la vida reivindicando a Marx cuando no me tocaría por muchas razones, diferentes seguramente de la primera que os viene en la cabeza y, en cambio, no puedo dejar de hacerlo. Debe ser que realmente ser del 65 me ha marcado en un sentido también diferente de lo que me atribuyen y por eso somos una generación incómoda de muchas maneras; no sólo por número, también por pensamiento y posicionamiento crítico.