En un primer momento, me ha costado ubicar el concepto de maleducadas en referencia a nosotras, las mujeres —feministas, el resto me parece que no—, en el discurso de Ayuso. Tiene un aire esperpéntico muy habitualmente, pero quizás es sólo que ciertamente me cuesta seguir el hilo de sus elevados y delicados pensamientos. He estado tentada y todo de buscar el significado concreto de la palabra maleducado en el diccionario —y especialmente ver si en femenino el significado cambiaba, ya sabemos cómo se las gasta el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española— para ver si en castellano se me escapaba alguna cosa; pero, al final, se me ha encendido la lucecita y he acabado entendiendo lo que quería decir Ayuso. Y tengo que decir que tiene toda la razón.

Tengo que reconocer que me cautiva la capacidad que tiene esta mujer de decir claramente lo que muchas y muchos piensan, tanto los que lo dicen como las y los que no lo dicen, y, al mismo tiempo, poner el dedo en la llaga. Encima, de estos últimos hay muchos y muchas que reprueban a Ayuso, cuando de manera mucho más retorcida, y evidentemente no transparente, se sitúan exactamente en las mismas posiciones que la presidenta de la Comunidad de Madrid con respecto a España, la democracia y, para decirlo de manera resumida, los derechos fundamentales, aunque disimulan abanderando algunos colectivos para poder salvar la cara. Si alguien no me entiende, que piense en todo lo que hace el PSC; la última, no aprobar el decreto del catalán —que todavía no sé si es bueno o malo—, en primer lugar y por encima de todo, para no "desafiar a los tribunales". Por favor, que alguien les haga ir a clase, a ver si conseguimos que Franco, a pesar de estar muerto, no acabe reinando gracias a ellas y ellos. No sé por qué me empeño en pensar que no saben qué hacen, cuando la evidencia dice todo lo contrario, supongo que me aferro a una pizca de esperanza que no consigo ver por ningún lado.

Cada día es negro, ocupemos o no los titulares, porque las mujeres de este país todavía ahora nos tenemos que quitar de encima la imposición patriarcal de tener que servir a los hombres

Pero no nos desviemos del tema, tiene todo el sentido del mundo lo que ha dicho Ayuso —y desde aquí me excuso por mi perplejidad inicial—, las mujeres feministas somos unas malas criadas. De hecho, hemos decidido luchar para dejar de serlo personalmente —sin el ejemplo propio no se va a ningún sitio o sólo se consigue engañar a los otros y, por lo tanto, también a la causa— y para denunciar, reclamar y conseguir las medidas necesarias para que el resto de mujeres puedan dejar de serlo también. Cuando Ayuso dice que somos malcriadas, por consentidas, quiere decir que hemos dejado de hacer nuestro trabajo —entendido como aquel que nos presupone el orden social establecido—, que protestamos y por eso se nos considera maleducadas, que nunca tenemos bastante y, por lo tanto, nos llaman caprichosas, que no aceptamos el papel que nuestra sociedad nos reserva, que no nos conformamos. ¡Cuánta razón que tiene esta santa mujer!

No queremos seguir siendo el burro de carga de ningún hombre ni, en conjunto, las que aprovisionamos de bienestar y sostenibilidad nuestro sistema social y, por lo tanto, la vida; menos todavía que no se respeten nuestros derechos supuestamente protegiéndolos y, sobre todo, que queremos hablar por nosotras mismas y que se oiga alto y claro lo que tenemos que decir. Seamos de aquí o del Pakistán, o ambas cosas al mismo tiempo.

No sé si hay una semana o días más negros que otros, porque la cantidad cuenta, pero no en el sentido habitual. Cada día es negro, ocupemos o no los titulares, porque las mujeres de este país —el mío y también del suyo, la sacrosanta España, y del mundo en toda su globalidad— todavía ahora nos tenemos que quitar de encima la imposición patriarcal de tener que servir a los hombres, a los que ocupan un lugar de poder y a todos; puesto que tienen el poder por el solo hecho de haber nacido, o ser considerados, hombres.

Sean bienvenidas las mujeres maleducadas, todas tenemos que serlo, no seamos criadas de nadie y, especialmente, criemos a nuestras hijas e hijos, para empezar, sin estigmatizarlos por la relación sexo/género que impone el patriarcado.