Inés Arrimadas es todo un personaje, no creo que nadie lo niegue, y lo que más me admira de ella —pero no en un sentido positivo— es su capacidad de soltar afirmaciones de realidad paralela sin inmutarse, sin mostrar ningún tipo de intranquilidad y, menos todavía y por supuesto, ni por asomo, signo de vergüenza.

Este domingo la prensa recogía sus declaraciones en una entrevista en La Vanguardia en la que decía que “los señores del procés viven muy bien”. Ciertamente, todo lo que se saca de contexto se desvirtúa, pero no creo que en este caso haya posibilidad de no interpretar correctamente el mensaje; es decir, el sentido en que ha pronunciado sus palabras. Sobre las señoras no hacía mención, pero seguramente piensa lo mismo.

Hay quien le ha contestado, entre otros el propio Josep Rull. No debe ser fácil tener que oír juicios de este tipo, estando en prisión, por las ideas, y además teniendo que pasar por todo tipo de discriminaciones añadidas, interpretaciones del reglamento sesgadas y muchos otros males, precisamente, por ser quienes son. Que a Arrimadas no le baste solo con callar y mirar para otro lado —es decir, cerrar la puerta y tirar la llave— quiere decir que le debe dar mucho miedo que salgan y que todo el castillo que se ha montado quede al descubierto como lo que es, solo un montón de cartas de un juego abyecto. No solo el rey va desnudo, la corte es muy larga.

La grandeza de Arrimadas es negar la realidad y explicarla cambiada, neutralizando con el estupor del contrincante la capacidad de réplica de sus falacias

Parece mentira tan poca empatía de una persona que ha tenido conocimiento personal, en el Parlament de Catalunya, de la mayoría de presas y presos políticos; pero de eso ni hay que hablar. Entiendo a Josep Rull, pero una referencia como él hace a la familia y a “mirar a los ojos”, con lo que eso significa, no tiene recorrido o efecto en una persona como Arrimadas, en nadie con esta manera de proceder. Hay cualidades humanas que se tienen o no se tienen, en todo tipo de personas y sectores de actividad, países e idearios políticos; cosa que tampoco quiere decir que no se puedan aprender.

De lo que sí que hay que hablar es de esta realidad paralela en la que está instalada —y no como Alicia en el País de las Maravillas—, porque es una de las características que ha definido la actuación de Inés Arrimadas en política; y que de hecho era el sello propio de Ciudadanos, el partido que ahora lidera. Realidad que no he llegado a entender qué tiene de relato orquestado y qué tiene de creencia, porque llega un momento en estas situaciones en que se debe hacer difícil separar aquello que es cierto de lo que no lo es. Aparte de que, de mucho decirla, y más si muchos más también la dicen, una mentira se puede convertir en una realidad.

Arrimadas ha hablado de multitud de temas en contra de lo que los datos más rigurosos y contrastados afirmaban y afirman y, directamente, demuestran; eso sí, muy a menudo, precisamente con un gráfico en las manos. Desde la mala salud, la persecución, la imposibilidad y la discriminación del castellano, para ella español, en Catalunya, hasta la difamación de TV3 negando la evidencia pero afirmando a diestro y siniestro, precisamente desde sus platós, que a ella —y a su partido y a sus afines— no le daban voz.

Esta es su grandeza: negar la realidad y explicarla cambiada, neutralizando con el estupor del contrincante la capacidad de réplica de sus falacias. Qué mérito tan penoso, por mucho que sea, de momento, efectivo.