Ya han salido las cifras, como cada año, en torno al 25 de noviembre, de denuncias por violencia machista —dejemos de llamarlas de género, por favor, a ver si así las cosas quedan bien claras—, acompañadas del número de hombres detenidos y del número de mujeres muertas a manos de hombres, por razón de género, de este año 2020. Un desastre de proporciones muy grandes, aunque habrá quien piense que ante el coronavirus eso no es nada, aunque las cifras lo desmientan. Más de 16.000 denuncias, más de 6.500 detenidos y 11 mujeres muertas, solo en Catalunya y hasta noviembre; ahora sumadle todos los países del mundo. Porque sí, pasa por todas partes; incluso en los considerados mejores —por una u otra razón— países del mundo, que siempre son un poco peores para las mujeres.

Evidentemente, se irá antes —de alguna manera, cuando menos respecto de la letalidad— la Covid-19 que no la violencia machista. Quien piense que a él o a ella esta violencia no le afecta y no puede hacerlo —y ojalá sea así— está muy equivocado/da. Todo el mundo que considere que eso es cosa de otras personas, que a los que les pasa no son como uno mismo o misma, es que no ha aprendido nada sobre el tema. Y ya llegamos tarde, porque no es que sea nuevo; eso sí, todavía quizá nos coja desprevenidas y desprevenidos. Hasta el punto de que muchas mujeres la sufren y muchos hombres la ejercen —de estos todavía más— sin identificarla como tal. Este es el resultado de vivir en una sociedad machista, patriarcal, androcéntrica y misógina: lo que pasa a las mujeres —lo malo, quiero decir— siempre es menos importante. Más todavía si son los hombres los que lo deciden.

El primer paso para erradicar un problema es poder identificarlo siempre que se da y, por lo tanto, se tiene que poner nombre a todo tipo de acciones, maneras, gestos y palabras que son violencia machista, porque es la única manera de desnormalizarla

La violencia machista es un elemento más de las relaciones entre mujeres y hombres, y todas y todos, unos como verdugos y las otras como víctimas, estamos expuestos a ella. Y sigue y seguirá pasando de manera inexorable en el conjunto de muchas relaciones y no pocas familias, y también en todo tipo de ámbitos sociales, si no nos ponemos de manera decidida a señalarla en todas sus formas. No es que no se haya hecho trabajo, es que hay que hacer mucho más y es que además ha de mostrarse en toda su crudeza y de manera bien clara cuáles son los mecanismos utilizados, cuáles son las pautas que se establecen. Están más que identificadas y son perfectamente reconocibles, ahora hace falta que pasen a ser del dominio público y del conocimiento de todas y todos; empezando por las criaturas, que son tanto víctimas directas como indirectas de la misma.

El primer paso para erradicar un problema es poder identificarlo siempre que se da y, por lo tanto, se tiene que poner nombre a todo tipo de acciones, maneras, gestos y palabras que son violencia machista, porque es la única manera de desnormalizarla. Las cifras que se recogen y se publican, en ningún caso, dan cuenta de la situación. Está tan integrada que muchas veces no tenemos capacidad de reconocerla y la negamos demasiadas veces dándole, sin querer, más fuerza, más presencia mucha más impunidad. ¿Tenemos la culpa? Ni mucho menos, solo faltaría que encima sacáramos doblemente de foco el problema, pero sí que tenemos que exigir que la administración pública redoble los esfuerzos y nos capacite a todas y todos para identificarla, para señalarla y para revertirla.