El president Puigdemont dijo ayer en Estrasburgo, en la comparecencia ante los medios de comunicación, después de su asistencia al pleno de la Eurocámara, que Europa todavía empieza pasados los Pirineos; y no puede tener más razón. Bien, a mí también me lo parece, no sólo porque hay cosas que cuesta dejar atrás, sino porque hay demasiadas cosas que hacen, en comparación, todavía diferente —que no singular— España; y que en política se ponen, uno y otro día también, en rutilante evidencia.

Sin ir más lejos es un buen ejemplo de ello la misma comparecencia ante los medios de Dolors Montserrat, en nombre del PP, y de Luís Garicano, en nombre de Ciudadanos, después de ver y casi no poder soportar la presencia del president Puigdemont y de Toni Comín en el Parlamento Europeo. Ni siquiera hay que hacer mención del intento de numerito de uno de los eurodiputados de Vox dentro de la misma cámara. En el caso de Montserrat i Garicano, aún que por separado, básicamente insistencia en un mismo discurso, copiado y arrugado de tantas veces repetido sobre fugados de la ley y fake news que ambos partidos piensan denunciar y combatir. Respectivamente o no, no me quedó del todo claro.

Especialmente poco respetuoso, y sólo lo calificaré así, el discurso del representante de Ciudadanos que utilizó la palabra "parias" para referirse al lugar, sector y/o asientos que ocupan Puigdemont y Comín, y, por extensión, todos los representantes de la Eurocámara que tienen la misma ubicación. De hecho, incluso se refirió a uno de los eurodiputados en términos insultantes por el mero hecho de haber hablado con ellos.

Da escalofríos ver que todavía ahora, en el siglo XXI, hay representantes políticos que consideran que existen votos de primera y de segunda; y que este calificativo ni siquiera tiene que ver con la carrera por el liderazgo de los diferentes países que componen el Parlamento, sino con familias políticas o ideas políticas de primera y de segunda. Oyéndolo hablar no pude evitar que me viniera a la cabeza la división de plazas de primera y segunda que hay en algunos servicios públicos todavía, en otros ha desaparecido, y que no puede ser peor comparación con una institución que representa la ciudadanía; dado que en democracia no hay buenos y mal votantes, sólo votos diferentes.

Es imposible construir una democracia con representantes que se sienten, se creen y actúan en términos de superioridad e inferioridad, no me atrevo ni a decir moral. Claro que hay ser demócrata para entenderlo; no sólo llenarse la boca de democracia una y otra vez atropellándola tanto como sea posible, no sólo con cada actuación sino con cada palabra.

¿Por qué Garicano no tuvo suficiente con decir que estaban aislados, que nadie les hizo caso, que habían hecho el ridículo, —intento reproducir sus palabras lo más fielmente posible— y pasó al insulto más directo y peyorativo que, supongo, encontró? Eso no tiene nada de racional, es el resultado de la más pura, loca e incontrolada emocionalidad; es rabia, odio y mucho, mucho miedo; eso sí, escondido —cuando menos hacen el intento—, en la supuesta tenencia de la verdad y de la superioridad moral que da el poseerla. Desde este posicionamiento en política, ni en ningún sitio, se puede nunca construir nada; sólo se puede destruir.