Ayer, en el congreso fundacional de la Crida, vi una esperanza enorme, vi convocadas todas las ganas del mundo para salir adelante, para convertir al independentismo en la fuerza soberana que saque al país de la frustración y de la dinámica de la queja, de la sumisión al Estado español. Me sorprendió pero, ayer, no vi quejarse por nada a los independentistas, no vi maximalismo de personas tristes, no vi arrogancia ni fatalismo de perdedores, ni tampoco las formas habituales que hacen de un partido político una agencia de colocación, un festival obsceno de intereses personales. Nunca se puede decir lo que pasará —y aún menos en política— pero ayer, al menos, vi confianza en Catalunya, determinación, ganas de hacer frente a la represión y a la cobardía. Vi muchas ganas.

¿Se imaginan si el 60% independentista que anuncian las encuestas consigue ganar en las principales ciudades catalanas, especialmente en la ciudad de Barcelona, se imaginan que el independentismo gana claramente en las elecciones europeas, se imaginan qué pasará en España si la formación de Carles Puigdemont vuelve a ganar las elecciones? ¿Os dais cuenta de que el único obstáculo realmente importante para la independencia es la división interna independentista, —obedeciendo el deseo de José María Aznar— y que la única estrategia que tiene el españolismo es la destrucción personal de los presos políticos y así conseguir desmoralizar al conjunto de la sociedad catalana? Ayer el presidente Quim Torra, siempre sonriente y como hace siempre, como si no tuviera muchas ganas de hablar ni de convencer a nadie, como si no quisiera molestar, sin exagerar y tampoco sin levantar la voz, subió al púlpito para decir cuatro verdades, a explicar que a través del diálogo, mediante la defensa de los derechos civiles, gracias a la no violencia, la República Catalana es inminente. Que esta estrategia no tiene rival, que es eso lo que hoy nos está abriendo todas las puertas en todo el mundo, nuestra defender los derechos, el no emplear nunca ningún tipo de violencia, y el mantener abierto un canal de interlocución con Madrid. Aunque sea sólo para decir buenos días. Que el independentismo ya es bastante mayoritario pero que debe superar la división interna para salirse con la suya. “Hemos llegado a la última pantalla” oí, a mi lado, que le decía una persona con conocimientos informáticos a otra que le escuchaba y asentía con la cabeza.

Quim Torra, vieja chiruca, con una parka que se abrocha con palitos y provista de una capucha franciscana, confirmaba ayer, para quienes lo supieron entender, que no sólo no cede sino que intensifica la marcha. Que estemos preparados. Que tras la represión policial y de las previsibles sentencias del juicio que está a punto de empezar, el Estado español ya no tiene más munición por quemar. Que ya estamos, por fin, al cabo de la calle. Que se propone volver a investir a Carles Puigdemont como único presidente legítimo de Catalunya, que es lo que votó la mayoría del pueblo. También podría ocurrir que ayer los participantes de la Crida estuvieran tan esperanzados porque, en la división independentista, también estamos llegado a la última pantalla, porque esto ya no da más de sí. Porque después de las próximas elecciones el independentismo político podría apostar claramente por la unidad, o lo que es lo mismo, por la propuesta transversal de la Crida. Con un secretario general como Antoni Morral, uno de los principales fundadores de Iniciativa per Catalunya, con la ex consejera del PSC Marina Geli y el ex miembro de ERC Gerard Sesé, todos en la nueva ejecutiva de la formación, ciertamente hay motivos para pensarlo. Veremos qué sucede.