"Un vino sin alcohol es como un día sin sol" me dijo un camarero para responder a mi petición. Eso fue cuando estaba embarazada hace once años. Mi primera hija tiene ocho. Si haciéndolo todo bien, los embarazos no prosperaban, imagínate si, encima, me hubiera sentido todavía más culpable empinando el codo. "Un bicchiere di vino non fa male a nessuno" afirmaba mi exsuegro bodeguero. Yo le señalaba con el dedo la imagen de prohibición que hay en las botellas de la mujer encinta. ¿Por qué, justo cuando necesitas más una copa, es cuando no puedes beber? Como sumiller lo tengo claro. El vino es, por definición, la fermentación alcohólica del mosto. Al vino desalcoholizado le falta volumen en boca. No es un zumo de uva, sino un vino que, por osmosis inversa, se le saca el alcohol. Por esta razón, la magia de la física y la química, son mejores los blancos aromáticos con sensación retronasal para simular el cuerpo. Cuando alguien me dice que los vinos sin alcohol no valen nada, le pregunto si ha estado nueve meses (más los de antes para quedarte y los de después para amamantar) sin probar ni una gota de vino. En aquellas épocas de hormonas en lucha el vino sin alcohol me parecía una maravilla, sobre todo cuando no quería explicar que volvía a estar en estado por si lo volvía a perder.

"Mamá, el niño está bien", te dice la enfermera. Es gracioso, cuando eres madre, en el hospital ya te llaman así para infantilizar todas tus preocupaciones y dejar de ser mujer con nombre propio por haber parido a una criatura. El instinto maternal salió de golpe: "el niño no está bien, respira como un cerdo" grité cuando me pusieron a mi segundo hijo en los brazos. "Mamá, has pasado mucho estrés por la cesárea de urgencia". Al final, eran ciertas mis preocupaciones. El niño sí que tenía un problema y se lo llevaron a la incubadora. Ay, ay, ay, el instinto maternal. Es más sabio que cualquier prueba.

Cuando alguien me dice que los vinos sin alcohol no valen nada, le pregunto si ha estado nueve meses sin probar ni una gota de vino. En aquellas épocas de hormonas en lucha el vino sin alcohol me parecía una maravilla

Yo siempre he querido tener hijos. Y me preocupaba mucho que se me pasara el arroz. Por eso, como si fuera el juego de las sillas, me acabé sentando al lado del macho que tocaba cuando vi que la música empezaba a sonar en finale, el último movimiento de la sonata. He sufrido tres raspados que me dejaron muy tocada y más cuando el padre no te acompañaba en el luto bajo el lema "cosí ha voluto Dio" Abortos vividos en soledad que te hacen ver la vida en blanco y negro. Mi primera hija nació el día mundial de la felicidad y con ella todo volvió a tener color. "Sí que estás contenta, te debe dormir toda la noche". No era así, pero yo estaba eufórica porque estaba viva. Le había costado tanto nacer, que la bauticé con el nombre de Vita. Progesterona, reposo e inyecciones cada día de heparina... Tengo una técnica pinchando que impresiona. ¡Y pensar que antes me daban miedo las agujas!

"Disfrútalo, que pasa muy rápido". Cuando me lo dicen padres o madres que ya tienen los hijos en la universidad, tengo ganas de contestar que "pasa muy rápido si no los crías". No dormir no te hace mejor persona: es como ir borracha. Es cierto. Para bien o para mal, los hijos son el espejo del paso del tiempo. Cuando eran bebés no veía el día de empezar a leerles cuentos. Y ahora, cada noche, me tengo que pelear para no leer más de dos. Hasta esta semana, tenía todas las cosas de Vita y Leo en el garaje, guardadas por si alguna de mis amigas las necesitaba. Igual que hay una época en la que te invitan a demasiadas bodas, existe otra en la que todo el mundo desea tus looks de embarazada. Seis años me ha costado entender que mi amiga no será madre, así que ya ha sido hora de que salieran los cochecitos, los cambiadores, las sillitas y los juguetes de recién nacido de mi casa. Cuando lo hacía sonaba en mi mente bolerista aquello de "cualquier tiempo pasado no fue mejor". Esta falsa melancolía que te esconde la realidad de cuando no podías subir las escaleras del metro del cansancio. O de cuando no podías ni mirar el móvil sin que uno de tus dos hijos se hicieran aquello popularmente conocido como un chichón. O de cuando ibas a trabajar con la solapa llena de babas. O de aquellas apasionantes noches en urgencias.

Y es aquí cuando vuelvo al inicio del artículo. A veces, con un mosto o un vino sin alcohol no tienes bastante, y para no desfallecer en la crianza necesitas vinos de crianza. Sirve para estar un poco anestesiada para los llantos, para la casa hecha un desastre y para el olvido por parte de ti y de los otros de la mujer que eras. Al llevar esta semana al jardín de infancia del barrio las cosas de mis niños, recordaba la ilusión con que las escogí y todo lo que he vivido con ellas. Me dio un poco de pena y me sequé los ojos. Mis bebés ya se pueden duchar solos. El momento más esperado por mi escoliosis me provoca la aflicción de no poder aguantar el peso de sus cuerpos. Esta noche, me tomaré una copa doble de vino desalcoholizado porque no quiero que mi inconsciente escriba el guion de mi brindis.