En toda Europa hace tiempo que damos vueltas al tema de las pensiones, en unas discusiones de pocos vuelos que no acaban resolviendo nada, porque nos empeñamos en no querer ver que hay un elefante en la habitación: la crisis se debe al envejecimiento de la población combinado con la disminución del número de ciudadanos.

Por lo tanto, la pregunta que hay que hacerse es: ¿un pueblo puede imaginar su futuro sin asegurar su propia continuidad?

No hay muchos debates, ni posicionamientos intelectuales o políticos, ni se dan a conocer los datos, pero un día u otro (y en breve, si es posible) habrá que pasar de las intenciones a las realizaciones, del deseo a la audacia, porque nos jugamos la cohesión de la nación, porque es la prueba de su esperanza colectiva, y porque muestra lo que nos resta de solidaridad.

Los datos en nuestra tierra son elocuentes: si en 2003 nacieron en Catalunya 72.980 niños, en 2023 solo fueron 54.217. Mientras que, en el mismo período, la población total pasó de 6.558.740 personas a 7.901.963.

Si en 2003 hubo 72.980 nacimientos por 60.076 defunciones, estos datos se invirtieron en 2023: 54.217 nacimientos por 67.662 defunciones. Unas cifras peores que las de Francia, por ejemplo, donde esta inversión justo acaba de producirse en el 2024.

Ha aumentado el porcentaje de nacidos de madre extranjera: hemos pasado del 16,4% en 2003 al 34,8% en 2023

Esto dibuja una curva que nos lleva a una inexorable desaparición como grupo humano homogéneo. Porque si los nacidos vivos por cada 1.000 habitantes representaban una tasa del 11 en el 2003, esta tasa solo era del 6,81 en el 2023. Aunque también cabe decir que, entre quienes deciden apostar por la natalidad, tienen más hijos que antes. Y también es cierto que nacen más hijos extramatrimoniales: si en 2003 representaban el 26% del total de nacidos, en 2023 eran ya el 48,4%. También es verdad, por otra parte, que ha aumentado el porcentaje de nacidos de madre extranjera: hemos pasado del 16,4% en 2003 al 34,8% en 2023.

Además, cabe constatar que los datos correspondientes al indicador coyuntural de maternidad han pasado de un ya débil 1,36 en 2003 a un paupérrimo 1,1 en 2023. Y también cabe destacar que ha disminuido la tasa general de fecundidad, que ha pasado de 43,12 en 2003 a 30,33 en 2023.

Todos estos datos tienen un cierto valor universal en el caso de la civilización occidental, porque tal y como destaca el economista Maxime Sbaihi, "la bajada mundial de la fecundidad no se debe a que los jóvenes den la espalda a la voluntad de ser padres, sino a unas presiones sociales y económicas que les impiden tener a los niños que querrían".

El factor religioso, al menos en Francia, sigue influenciando estos proyectos, porque, por ejemplo, entre los jóvenes de 18 a 35 años que querrían tener descendencia, los más deseosos de hacerlo son los católicos (80%), seguidos de los musulmanes (78%).

Otra idea que aparece a menudo en los medios de información es que es necesario tener menos criaturas para poder salvar el planeta. Esto no es percibido así por los interesados. Según los expertos, esto sería solo la marca de un discurso ecomaltusiano sobredimensionado. Sin embargo, habrá que esperar diez años para ver si este vínculo ideológico entre ecoansiedad y fecundidad supone un impacto real sobre el número de nacimientos.

También me parecen interesantes las afirmaciones del profesor Dominique Reynié, director general de la Fundación para la Innovación Política y profesor en Sciences Po París. Según él, este declive de la población provoca una angustia difusa en el conjunto de nuestras sociedades, porque no hay nada más triste que ver a tu país envejecer hasta parecer que puede llegar a desaparecer.

Reynié constata también que nuestros dirigentes temen pasar por sexistas o por reaccionarios abordando estos temas, y tampoco se atreven a articular discursos a favor de la natalidad, hasta el punto de que, en muchos casos, no se atreven ni a hablar de ello.

¿Y por qué no lo hacen? Porque tejer vínculos con una natalidad dinámica implicaría políticas de apoyo a los nacimientos, pero olvidan que optar por el silencio en esta cuestión nos llevará a un invierno demográfico que acabará creando una sociedad más caótica, y con una menor solidaridad intergeneracional, como ya empieza a aparecer.

¿Qué se puede hacer? Ante todo, un discurso favorable, y, para los padres jóvenes, una planificación del tiempo de trabajo que les sea favorable, lo que debería comportar una movilización general que implicaría a las empresas, y sobre todo unos esfuerzos que deberían ir destinados prioritariamente a las mujeres, que debido al trabajo educativo que socialmente se les asigna ven dificultada su carrera profesional.

La carencia de guarderías y el problema de la vivienda son otras dificultades a la hora de evocar una política a favor de la natalidad.

Es necesario, pues, un ambicioso plan de apoyo a la natalidad, pero a veces en nuestro país se prefiere sacar adelante políticas sociales a menudo improductivas, y costosas, mientras se invierte demasiado poco en las familias, que son la condición y la base de la sociedad.