Escribía Gaziel que ponerse en medio de dos que se quieren sacar los ojos es como una invitación a ponerlos de acuerdo para que quieran apedrear a aquel que intenta poner paz.

Del repentino escándalo y pitote atizados por las okupaciones en la Bonanova queda —por ahora— una tarde con los Mossos interponiéndose entre la extrema derecha de Desokupa y los okupas y manifestantes que fueron a apoyarles.

Muchos periodistas cubrían el acontecimiento. Si llega a acabar en batalla campal, habría sido el pretexto para reafirmar que Barcelona es una ciudad sin ley, la más insegura de España, que dice Daniel Sirera. Y al conseller de Interior, Joan Ignasi Elena, le habrían pedido la cabeza. Por incapaz, por no haber previsto aquel escenario y quizás, incluso, por ser católico e ir a misa.

Podía haber pasado de todo y no pasó nada. Si habiendo pasado, le habrían montado un pollo a Elena; no pasando nada, sería razonable poner en valor el despliegue de los Mossos (a las órdenes de Eduard Sallent) y su talante.

Elena llegó para mandar, para corregir actitudes e inercias, para implementar cambios de acuerdo con lo que cree es una policía democrática

Elena es un conseller que manda, arriesga y toma decisiones por incómodas que sean o resistencias internas que sacudan la conselleria. Es el conseller de los Mossos d'Esquadra, la Policía de Catalunya. Y esta no es una conselleria fácil. Tanto es así que, con el president más estrafalario que ha tenido Catalunya, había llegado a ser un polvorín.

Cierto que no debió ser fácil ser el responsable de los Mossos después de la sentencia y condena del 1 de Octubre y tener la responsabilidad del orden público. Ni los excesos que se vivieron allí eran cómodos de gestionar. Y si, encima, tienes un presidente incapaz de sostener ninguna contradicción, de estar más preocupado de su biografía que de gobernar y liderar, el desastre está servido.

Aquel president era tan poca cosa e iba tan pasado de vueltas, que se llegó a plantear devolver las competencias de orden público al gobierno español. Una más de sus ocurrencias. Huir adelante. Ante un problema, pretendía sacudirse las pulgas para evitar mancharse un expediente patriótico que pretendía inmaculado. Así de patético. Y de irresponsable. Como todo lo que hizo aquel hombre. Nunca la presidencia había estado tan devaluada. O por incomparecencia o por la reiteración de hacer el burro. Más que un torpe, era el bufón de una retórica mayestática tan vacía como su cesta de resultados.

Hoy hay un conseller que manda en Interior porque tiene voluntad de mandar. Porque no ha venido a quedar bien. Desde el primer día ha implementado cambios poco o muy significativos. Algunos, de calado. Otros, terapéuticos. O quirúrgicos. Y también se ha equivocado, ciertamente.

Elena llegó para mandar, para corregir actitudes e inercias, para implementar cambios de acuerdo con lo que cree es una policía democrática. Con criterios de eficiencia y ponderación. Para algunos, con Illa y compañía al frente, para mal. Para otros, para bien. Lo que queda claro que no ha venido a hacer el actual conseller de Interior es de pasmarote, aunque les pese a pocos o a muchos.