Estamos instalados en la punta de un iceberg que no solo es colosal sin que se vea, sino que también, de forma poco perceptible, se está disolviendo. Quienes viven mejor en el caos porque sus vidas particulares son miserables e infelices están haciendo todo lo posible para minar aquellas estructuras del sistema que, aunque no lo sepan, mantienen la parte de su vida que tiene una mínima calidad, como ocurre con la seguridad jurídica que anima cada transacción o negocio, incluida la compra del par de zapatos vintage con el que visten su apariencia bohemia, o la denuncia que pueden formular cuando ellos son las víctimas de esas ocupaciones que alientan y que tienen inhibido un poder legislativo que ya tarda demasiado en tomar medidas contundentes.

Sin duda alimenta esa sed de caos de algunos el hecho cierto de la creciente desigualdad entre quienes ya han perdido casi todo y aquellos que ya no pueden acumular más. Los dirigentes que pretenden ganar adeptos entre los primeros sabiendo que son más que los segundos, venden un humo que cada vez se detecta de forma más clara, porque llevan tanto tiempo en las instituciones que nadie puede creer que esta vez sí sea verdad que darán con la solución y que tendrán la valentía de aplicarla.

Es extraño que PP y PSOE no comprendan, siendo como son partidos institucionales, que así la estructura global se resiente

En ese caos, que no puede ser resuelto ni por quienes lo alientan ni por quienes llevan décadas diciendo que ellos sí son la solución, hemos sabido recientemente que un porcentaje importante de la vida animal vertebrada está desapareciendo de la tierra a un ritmo imparable y vertiginoso, acelerado en los últimos pocos años. Sin esa vida, la nuestra se hace impracticable, salvo tal vez si somos capaces de imprimir velocidad a los descubrimientos científicos que puedan paliar ese desastre aunque con el pago de un precio incierto: quedarnos solos en el planeta, sometidos a la dictadura de lo artificial.

En ese paisaje que describimos intentar descubrir al culpable único de la falta de acuerdo para la renovación de órganos constitucionales se antoja una cuestión menor. Pero no lo es, si hablamos desde la necesidad de preservación del orden en un sistema político. Dos únicos partidos, PP y PSOE, aparecen ante los medios de comunicación y, para que no haya duda de que son ellos y no los grupos parlamentarios quienes tienen el poder fáctico de ponerse de acuerdo en la renovación del Consejo General del Poder Judicial, hacen sendas declaraciones desde sus respectivas sedes. No son conscientes de que, con ello, la ya endeble credibilidad del poder judicial padece aún más, y sin credibilidad, es difícil asegurar que sus resoluciones se sigan acatando por el ciudadano corriente. Ya no digamos cuando yerran o se les va la mano en eso de impartir justicia.

Es extraño que PP y PSOE no comprendan, siendo como son partidos institucionales, que así la estructura global se resiente. No parece que nadie lo advierta, quizás porque, como en el caso del iceberg, en su punto visible sigue haciendo frío, aunque cada vez sea más pequeño, aunque ese Consejo helado esté a punto de disolverse en un océano de indiferencia, tristeza, rabia, basura y miedo.